Nuestra cultura como comensales es contradictoria. Somos malos para hacer reclamos cuando nos va mal, sin embargo, nada nos gusta más que salir a criticar, hablar mal y acabar con la honra de un negocio. Basta con ver a un chef recién graduado luciéndose como cliente en una mesa, cuando al final llama a su colega para hacer un balance de la comida; qué inmadurez y soberbia. Cuando le tenga que decir algo a otro cocinero, hágalo en privado, no se las dé de genio ya que todos cometemos errores y nadie, nadie, tiene la última palabra. Insoportables los nuevos chefs estrenando diploma dándoselas de sabelotodos cuando a duras penas distinguen una lechuga de un aguacate.
Pertenezco orgullosamente a un grupo de sibaritas escritores y periodistas especializados en el sector gastronómico que visitamos restaurantes para apoyarlos con ideas y sugerencias con una filosofía muy definida: elogiar en público, sugerir en privado. En nuestra ciudad, cuando a alguien le va bien en un restaurante les cuenta a dos o tres personas, como mucho; por el contrario, cuando le va mal las críticas se multiplican en progresión geométrica; contra eso estamos luchando pues se ha perjudicado a mucha gente con envidia y malas intenciones. De hecho, nada más feo que un chef o cocinero hablando mal de sus colegas y, si uno analiza a fondo, casi siempre es corroído por la envidia ya que casi con seguridad es menos exitoso que el otro; es raro ver a alguien al que le va muy bien, hablando mal de sus colegas en desgracia.
Los que escribimos sobre el sector tenemos la responsabilidad de impulsarlo, pero si se tienen críticas a un restaurante se deben hacer con discreción para no hacerle un daño irreparable, dejando incluso gente sin empleo, injusta y subjetivamente, porque en cuestión de gustos, como en el amor, nadie posee la verdad absoluta. De la misma manera, nada menos elegante que aceptar invitaciones con el ánimo de escribir o hablar bien de un negocio o cierta comida. Cuando voy por mi cuenta, si me va bien, con gusto lo menciono, si no me gusta, me abstengo de nombrarlo.
Pero así como el comensal debe aprender a reclamar justamente y criticar con objetividad, el restaurante debe asumir las críticas y reclamos y atenderlos; debe responder, dejar a un lado la soberbia y aceptar sus errores, no como uno donde fui y me tumbaron con sus porciones para pichón enfermo; les mandé un mail privado, por supuesto, y no se dignaron a responder ni excusarse. Esa arrogancia, tarde o temprano, se acaba pagando.
Lo ideal es que cuando algo no le guste le avise al mesero inmediatamente, caso en el cual lo más lógico es que no le cobren; otra cosa es que se coma todo y después diga que estaba terrible. Hay comensales maleducados e incultos así como hay cocineros que no aceptan los reclamos, como uno muy conocido que cuando le dicen que algo está maluco vocifera y no tiene problema en insultar al cliente; otros que atribuyen su fracaso a la incultura general de los comensales, como si tuvieran la última palabra. Hace poco cerró un restaurante que empezó con bombo y platillos, cuyo chef aseguraba que su misión era educar a los comensales antioqueños para que aprendiéramos a comer, hasta que la fila de clientes aprendices fue remplazada por la de proveedores acreedores y pasó lo inevitable. Espero sus comentarios en [email protected]
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