A las nueve de la mañana de todos los miércoles, Franco y Marina terminan su noche larga de trabajo en el sector entre Patio Bonito y Los González.
Un solo día tendrá que permitir su subsistencia: antes eran dos días, pero ahora, por la competencia, solo es posible uno. Son ya 35 años sin fallar a su cita semanal, que coincide con la programación del carro de Empresas Varias para la recolección de las basuras. Ellos son una pareja con 50 años de vida compartida, cuyo sustento depende exclusivamente del vidrio, cartón, papel y otros materiales que logran recoger.
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La venta de su noche la hacen en un depósito del centro, donde alquilan también la carreta que les permite recorrer nuestras calles de El Poblado. Por un kilo de vidrio les dan cien pesos; y, lo más valorado, 600 pesos, es el papel limpio de oficina. Juntar entonces siquiera 35 mil para sobrevivir una semana no es fácil.
Franco y Marina son seres humanos buenos, luchadores, que rondan de manera invisible nuestras calles y ayudan a mantenerlas limpias. Vale la pena tener muy presente que tienen nombre, historia, ilusiones, necesidades, esperanzas, exactamente igual que todos nosotros. Eso de decidir que la dignidad humana tiene que ver con lo que hacemos es un peligro ante el que hay que prender todas las alarmas para no caer en maltratos y peligrosos prejuicios.
Franco y Marina hacen un trabajo tan digno y duro como cualquier otro, y por eso merecen todo nuestro respeto. Una sopita caliente, un café con pan serían bienvenidos para todos ellos, los recicladores, especialmente en estas noches tan frías y lluviosas que dificultan su trabajo.
La oportunidad es única para que todos nosotros, habitantes de El Poblado, crezcamos en humanidad y recuperemos a ese maravilloso buen vecino que llevamos dentro. La costumbre de estar mirando nuestro propio ombligo nos quita empatía para ver, sentir y actuar con mínima coherencia respecto a un entorno disparejo en oportunidades y condiciones.
Franco y Marina llegan a nuestras vidas para mejorarnos, para sensibilizarnos. Será necesario ayudarles a buscar algún tipo de auxilio en el Municipio para su subsistencia, porque ya los problemas de salud y la edad se empiezan a sentir. Franco, por ejemplo, que antes tenía algún trabajo eventual en la construcción, no puede hacerlo en este momento por una seria dolencia pulmonar producto de su tipo de trabajo a la intemperie. Si son ya 35 años sin fallar a su trabajo semanal como recicladores en El Poblado, es apenas justo que tengan nuestra admiración y simpatía por su trabajo digno, silencioso, que a nadie molesta.
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En un escenario tan frágil y vulnerable es casi milagroso que Franco y Marina hayan construido su casita, ladrillo a ladrillo, en el barrio Santo Domingo. Llegan para recordarnos que la esperanza sigue viva,, y por eso se siente pena cuando en sus propias palabras dice: “Duele y es muy raro que nos sigan mirando con miedo, cuando lo que hacemos es sobrevivir mientras cuidamos en la noche al vecindario y anunciamos cualquier peligro, como ya ha pasado varias veces en todos estos años”.
Se trata, entonces, de algo tan sencillo como afinar la mirada del entorno para crecer todos y juntos en humanidad.
Por: Luz Gabriela Gómez Restrepo