/ Esteban Carlos Mejía
* Estuve por primera vez en el Hay Festival y, la neta, quedé deslumbrado o fascinado o encantado. El público: culto y sensible. La organización: eficiente y silenciosa. Los escritores: ingeniosos o analíticos, escandalosos o certeros, generosos o inteligentes, filibusteros o endiosados. Los editores: ¿marketing o literatura? Los periodistas culturales: curiosos y despiertos. Y, last but not least, la sede, ese recinto amurallado de Cartagena de Indias, el barrio más caché de Colombia, con sus casas y casonas y mansiones y sus palacetes y murallas y baluartes y sus hoteles boutiques y restaurantes de fritos o de tres tenedores y sus recuas de turistas gringoscanadiensesitalianosfranceses y los coches de su flota cagajón y las buganvilias en flor entre la brisa y el desparpajo de sus gentes, amables, sonrientes, felices de la moña, al menos de dientes para afuera.
Fui el moderador de una charla entre Evelio Rosero y Élmer Mendoza, dos escritores muy distintos en estilo, obras y personalidad. Evelio acaba de publicar Plegaria por un papa envenenado, sólida recreación literaria del fugaz papado de Albino Luciani, Juan Pablo I, antecesor de Karol Wojtyla, Juan Pablo II. Pura ficción sobre una base histórica. Y Élmer es el pionero de la llamada “narcoliteratura”, que “recoge con acierto el efecto de la cultura del narcotráfico” en México y, sobre todo, en su ciudad natal, Culiacán, Sinaloa. Sin modestia les digo que la charla estuvo jugosa. Los asistentes, en vez de sentirse en una sórdida cátedra de literatura comparada, gozaron parejo con la ecuanimidad de Rosero y con el descomplique de Élmer, par de escritorazos.
Ahora bien, ¿qué tiene el Hay Festival que no tengan otros eventos literarios en Colombia? Calidad. Presupuesto. Hedonismo. Cero tacañería. Prestigio. Mente abierta. Entretenimiento. Cartagena de Indias. ¿Algún lunar? Sí, pero me lo reservo: primero la rosa, después las espinas.
** Día tras día: ¿Cuál es la efemérides literaria de esta semana? El 6 de febrero de 1916, en León, Nicaragua, murió Félix Rubén García Sarmiento, conocido en tierra, mar y aire como Rubén Darío, “Príncipe de las letras castellanas”, autor de Azul, clímax del modernismo. Niño prodigio, a los tres años de edad ya sabía leer, según le contaron. Viajó por Europa y las Américas, inspirándose, enamorándose, reescribiéndose. Su influencia en la poesía es aún indiscutible. Los pichones de poetas, varones y hembras, lo deben leer si quieren salir del cascarón. Y los poetas ya hechos, hembras o varones, deben releerlo para no caer en la abulia ni en el desencanto. Su poema A Margarita Debayle es uno de los más maltratados por los borrachos y bienamados por los enamorados de hoy y de mañana: Margarita está linda la mar, / y el viento, / lleva esencia sutil de azahar; / yo siento / en el alma una alondra cantar… Félix Rubén: ¡los dioses te bendigan!
*** Body copy: “Los 10 mandamientos del escritor
1. No beberás ni fumarás ni te drogarás
2. No tendrás costumbres caras
3. Soñarás y escribirás y soñarás y volverás a escribir
4. No serás vanidoso
5. No serás modesto
6. Pensarás sin cesar en los que son verdaderamente grandes
7. No dejarás pasar un solo día sin releer algo grande
8. No adorarás Londres / Nueva York / París
9. Escribirás para complacerte a ti mismo
10. Serás difícil de complacer”.
Stephen Vizinczey, en Verdad y mentiras de la literatura. 1989.
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