Un día te levantas y te das cuenta que eres feminista. En ese momento empiezas a abrazar con amor la idea de luchar por un mundo más justo y compasivo para las mujeres y también para los hombres.
Me hice feminista antes de nombrarme públicamente como tal. Desde la primera vez que, a la edad de seis años, me dijeron cómo tenía que sentarme y mantener mi cabello “por ser mujer”, entendí que existían piedras con las que cargaría el resto de mi vida que un hombre jamás tendría que poner en su costal.
Con el paso de los años esas piedras se fueron haciendo más y más pesadas. La libertad para salir a la calle, la inhibición sexual disfrazada de cuidado, el caminar con temor a una violación y la elección de una carrera que fuera “más femenina”, hicieron parte de las líneas insistentes que marcaron mi juventud. Luego, llegaron rocas más duras, ásperas y afiladas; aparecieron las pesadas consecuencias de ingresar al mundo laboral. La primera de ellas como acoso. Los medios de comunicación en Colombia, acostumbrados a denunciar, poco se revisan internamente. Las promesas de sus editores cuando se trata de conquistar a una mujer, dan asco. Luego, como consecuencia del rechazo a la primera, aparecieron señalamientos que indicaban que si bien era una “mujer juiciosa”, “no poseía el talento suficiente para ser periodista”. Llegué a ser jefe de redacción del periódico donde hice mis prácticas, editora y reportera en algunos otros y jamás tuve, según la mayoría de mis compañeros varones, el talento suficiente para ser su competencia.
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Tampoco su salario. En las redacciones tuve que soportar gritos, llorar en el baño y hasta ser empujada por un prestigioso periodista local luego de que osara contradecir una de sus órdenes.
Tras 12 años de ejercicio, cerré por derribo mi profesión y me dediqué a la comunicación. En las organizaciones también hay piedras. Son diferentes; pero, dañan y machacan. Los más inocentes comentarios comienzan por la forma de vestir, talla que por gusto o capricho no daré. Los otros ignoran en las mesas, establecen comunicaciones solo entre hombres, levantan la voz, acosan y tienden a señalamientos de “histeria” cuando una de nosotras se comporta como ellos. Todavía los miro con una gracia irónica sostener sus conversaciones sin mirarnos a nosotras a los ojos. Las desconocidas de siempre.
Pero entre tanta piedra siempre hay mujeres con las que te encuentras para aprender. Están las Catalinas, las Marthas, las Jineth, las Cindys, las Lauras, las María Luisa y las Claudias con las que te unes para conspirar y hacer de ese liderazgo que a veces ni siquiera nosotras mismas nos damos cuenta que construimos, una experiencia única. Tal vez no sea perfecta, pero sí diferente a lo que hemos conocido durante toda nuestra historia.
La necesidad de construir y vivir ese liderazgo que con fuerza y equidad ejercemos las mujeres, es urgente. Nos y lo necesitamos para abrazar un mundo más justo, compasivo y amoroso. Por eso celebro el nacimiento de Mujeres Líderes, un programa con el que Comfama y Proantioquia buscan promover el liderazgo femenino en las empresas e instituciones colombianas, esas mismas que durante años solo han logrado posicionar entre los 100 líderes mejores reputados de Colombia a 11 lideresas, según los últimos datos de Merco.
Comparto con Chimamanda Ngozi Adichie la idea de que todos deberíamos ser feministas, porque de alguna forma muchas mujeres líderes lo somos aún antes de que nos declaremos. Algunas con temor a declararse también lo son. Nosotras hacemos la cultura y qué mejor forma de crearla que abrazando la idea de nuestra diferencia y entendiendo, juntas, cuáles son todas esas piedras que debemos echar a rodar.
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