Los árboles se comunican mediante sustancias a través de las raíces o por señales al aire. ¿Y la reciprocidad humana?
En promedio, en el mundo, las poblaciones de aves, mamíferos, anfibios, peces y reptiles se han visto disminuidas en un 68 % desde 1970, según el último reporte Planeta vivo de WWF, publicado hace un mes. Y en Latinoamérica y el Caribe este porcentaje sube al 94 %. Sí, leyeron bien: en nuestra región, un promedio del 94 % de las poblaciones de seres vivos no humanos han desaparecido. Esto me parte el corazón y me dan unas ganas terribles de llorar.
Leer sobre estas cifras me ha hecho pensar mucho sobre cómo actuamos nosotros como humanos… ¿Somos conscientes de que somos seres interdependientes? ¿Aún recordamos lo que significa la palabra reciprocidad? ¿Hemos olvidado la trascendencia del concepto de equilibrio? Con dolor y desilusión, creo que, como colectivo, sí lo hemos olvidado. Sin embargo, mantengo la esperanza de que podamos volver a recordar, a lo mejor observando muy atentamente a esa naturaleza no humana que tanto hemos diezmado. Por ejemplo, podríamos mirar hacia los árboles.
Este año he leído un par de libros hermosísimos, conmovedores, en los que sus autores nos cuentan cómo estos seres viven de manera cooperativa, propendiendo por el bienestar de la comunidad que habitan, y no solo por el bienestar individual.
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Aunque hasta hace muy poco se creía que no tenían capacidad de comunicarse entre sí, resulta que sí lo hacen, y de múltiples maneras. A veces liberan sustancias químicas a través de las raíces, o emiten señales, también químicas, al aire. Usan estos mecanismos para alertarse sobre posibles peligros y también para intercambiar nutrientes. Constantemente están aplicando la reciprocidad.
Por ejemplo, las asociaciones entre árboles y hongos del suelo permiten aumentar la superficie de absorción de agua y nutrientes de las raíces de los primeros, y dan casa y alimento a los segundos, en un balance dinámico, recíproco. Tanto los unos como los otros vivirían menos bueno si no se asociaran y, de hecho, su bienestar es mutuamente dependiente. Es decir, es interdependiente.
Si esta reciprocidad se da entre árboles y hongos, y entre árboles y árboles, ¿cómo no va a suceder entre humanos y otras especies, o entre humanos y humanos? ¿Acaso no somos, también, naturaleza, y dependemos del oxígeno que producen las plantas y las algas, del agua que nace en los páramos y en los océanos? Somos naturaleza y como tal debemos comportarnos. Y lo debemos hacer ya, antes de que desaparezca el 32 % de los seres vivos no humanos que aún quedan en el planeta.
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