Hay votantes con sed de venganza, a quienes les fascina creer que la culpa de todo es de sus oponentes políticos y que, por medio de su candidato quieren darle duro a gente que odian.
Luego de ver el primer debate presidencial entre Trump y Biden, surgen numerosas conclusiones y enseñanzas. Aclarando que, en estas épocas de alta polarización, cada cual ve lo que quiere ver.
Siempre hay una manera, algún recurso retórico interno, para justificar las fallas de mi favorito o magnificar las de su oponente.
Sin embargo, solo los más fervientes admiradores del actual presidente pensarán que fue el limpio y claro ganador del debate. ¡Qué exhibición de carácter infantil y petulante, de alguien a quien solo le funciona la adulación ciega!
Y cuando no la recibe, se la da a sí mismo sin límites: el mejor presidente de la historia, según él.
Su principal punto en la agenda es hacer ver al otro candidato como cercano a la izquierda más radical. Al nivel de Stalin o Mao.
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Pero, ¿es que a cuál de sus hinchas le va a importar si lo que dice Trump es mentira? Los muy pocos que hagan el fact-check quedarán satisfechos pensando que miente solo de forma irónica, por ponerle algo de humor a la campaña.
Patético espectáculo de un país que se precia(ba) de ser modelo de democracia, con autoridad para dar lecciones a países de América Latina.
En Colombia también tenemos nuestro destacadísimo populista, un ex alcalde. Igualmente, con un caótico estilo de gobernar. La única diferencia con Trump es que está en el otro extremo político: izquierda pura.
Solo parece brillar cuando busca destruir o cuando pinta a sus contradictores como rancios y extremos derechistas. Escasísimas ideas o planes sólidos y estudiados, que hayan sido depurados a lo largo de años o décadas de estudio. Solo ataques, no alternativas viables.
Sus graves indelicadezas (¿recibir $20 millones en bolsas?) son vistas por sus seguidores como actos heroicos, casi propios y naturales de un gran estadista.
El populismo nos acecha desde los dos extremos, que terminan encontrándose gracias a sus métodos. Ambos son polarizantes. Ambos, parcos en detalles concretos sobre sus maravillosas ideas. Pobrísimos en ejecución. Y encabezados por personalidades inmaduras.
Pero repletos de trucos para captar a tantísimos votantes con sed de venganza, a quienes les fascina creer que la culpa de todo es de sus oponentes políticos.
Votantes cuya máxima ilusión es que su candidato, así no sea una persona íntegra, le dé duro al otro para así, indirectamente, darle duro a tanta gente que odia.
Que Estados Unidos se libere pronto de su grosero y poco preparado presidente y que en Colombia no caigamos nunca, pero nunca, en el hechizo populista.
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