/ Carlos Arturo Fernández U.
Llega a este tipo de arte por una decisión básica de desarrollar obras que tengan como único fundamento una geometría sencilla e intuitiva, a diferencia de la mayoría de los artistas abstractos que realiza un proceso de simplificación de imágenes que paulatinamente se van alejando de la apariencia de las cosas.
Este camino que sigue la mayoría está relacionado con el significado etimológico y filosófico de la palabra “abstraer”, que, según el Diccionario, tiene que ver con una operación intelectual que va dejando de lado las cualidades de un objeto hasta llegar a considerarlo en su pura esencia. El de artistas como Rafael Echeverri, por el contrario, es el camino de quienes crean directamente estas formas esenciales, sin pasar por el contacto con una cosa, como si la obra saliera completa de su mente. Jugando con las paradojas de las palabras, a los artistas abstractos de la primera mitad del siglo 20 les gustaba definirse como “concretos”, porque lo que creaban eran realidades en sí mismas, concretas, sin vínculos con nada exterior; por el contrario, según ellos, “abstractos” debían ser llamados los artistas figurativos que, partiendo de la realidad, crean una imagen sobre una superficie plana, la cual conserva unos pocos rasgos y proporciones que nos permiten identificar aquel punto de partida.
La obra “Sin título – De la serie Persianas”, de 1979, es una pintura al acrílico sobre lienzo, de 110 centímetros de lado, que parece ser una superficie casi limitada al contraste entre blanco y negro, trabajados en amplias zonas planas, con un mínimo borde que los separa.
El hecho de que el artista haya elegido darle un nombre a esta serie, aunque deje sin título cada una de las obras que la componen, puede inducirnos a buscar aquí una referencia a la realidad exterior. Sin embargo, si se mira en detalle, en la pintura de Rafael Echeverri no hay elementos que nos hablen de ello. En realidad, lo que encontramos es una muy sutil superposición de capas de pintura que crean la ilusión de un cierto volumen, logrado con gran maestría técnica. Pero no existen rastros de las persianas. Dicho en otras palabras, lo que aquí aparece es un puro ejercicio de la pintura misma y no la preocupación por comprender cómo son las cosas que nos rodean.
Si se pone atención a las fechas, salta a la vista que esta pintura “Sin título – De la serie Persianas”, de 1979, es obra de un artista entonces muy joven que, sin embargo, logra unir de manera clara dos vertientes que, con frecuencia, parecen incompatibles en el arte: por un lado, una gran sensibilidad que solo puede comprenderse como un ejercicio de la intuición creativa, y, por otro, la presencia de la razón que pone límites y sistematiza el desarrollo de la obra.
Pero, además, el final de los años 70 es también una fecha muy significativa para comprender que el trabajo de Rafael Echeverri forma parte de una corriente de renovación que en esa época agitaba a los jóvenes artistas colombianos, empeñados en encontrar caminos que los alejaban de los maestros consagrados en las décadas anteriores (desde Obregón a Caballero, para señalar dos hitos importantes).
Y con lo que se encuentra Rafael Echeverri es con una pintura que se cierra en sí misma, que trabaja a partir del reto de no tener alternativas de salida.
Corriendo el riesgo de parecer hermético, me gustaría decir que esta es una de las manifestaciones más claras de la “muerte del arte”, que entonces se plantea con fuerza en todo el mundo. Pero eso sería necesario plantearlo con mayor claridad en otro momento.
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