Compran pleitos y se involucran sin filtro ni medida. Por un alcalde, no solo el propio; contra un presidente, no solo el actual. O por el almuerzo de una cantante. Tal es la frustración.
Atacan con las peores palabras. Desean los destinos más oscuros: desempleo, destierro, derrota, enfermedad, cárcel. Sostienen que hay una única verdad: la suya. Amenazan de muerte. Y advierten que incendiarán el país o a cualquiera de sus instituciones.
Su ira recae sobre el presidente, los ex presidentes, la oposición, el alcalde -no solo el propio- y sus antecesores, el gobernador y el encargado, ministros, congresistas, militares, periodistas, con todo tipo de ocurrencias, sin filtro ni medida. Tres dirigentes, sin vínculo político entre ellos, hicieron público su reciente contagio por COVID-19 y los iracundos dicen que mienten. También atacan a familiares de sus perseguidos, a entidades, a ciudadanos que se animan a opinar.
Se leen en las redes sociales, iracundos porque la cuarentena está muy larga. O porque está muy corta; porque la COVID-19 mata y no mata; porque a un partido político le sobran miembros o porque a un partido le faltaron goles. Una cantante publicó fotos de su almuerzo en redes sociales y se pusieron iracundos porque le quedó desabrido. ¿Faltó sazón? ¡Sobró matoneo!
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Y todos estos insultos, calumnias, amenazas no provienen solo de envalentonados que se empoderan por estar bajo anonimato detrás de una pantalla. También hay iracundos que toman justicia por propia mano en las calles y linchan delincuentes; que acosan y ofrecen bala en sitios públicos a líderes de otra corriente; que se saltaron la obligatoriedad y el sentido común de la cuarentena y recorrieron tres ciudades en defensa de su líder; que agreden a miembros del personal médico en tiempos de pandemia.
¿Qué significa tanta ira?
Johnny Orejuela, jefe del departamento de psicología de la universidad Eafit, dice que es una muestra de frustración. “Son ciudadanos que ven truncadas sus expectativas, que sienten decepción, por ejemplo, por su gobernante”. Y añade, esa expresión tiene mayor carga cuando es social: “los políticos saben que la rabia y el miedo permiten la manipulación de la ciudadanía para producir una acción. Lo usan como forma de movilización”.
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Yamil Cilenya Martínez es jueza cuarta penal y conoce nuestros conflictos. “Como país no hemos trascendido el periodo de la adolescencia. No maduramos, solo queremos ganar, solo escuchamos a los que comparten nuestras ideas. Y si perdemos, queremos destrucción. No estamos educados desde la diferencia”.
Este no es un llamado a las posturas unánimes o a la supresión del disenso. Las expresiones de inconformidad son necesarias y mejor si enriquecen el debate. Es un llamado a no pretender hacer justicia desde la voluntad propia o desde la ley del más fuerte. Menos ira, a veces también algo de silencio y más reflexión convendrán ahora en medio de los tiempos más difíciles.