/ Carlos Arturo Fernández U.
Es asombroso. Cuando se revisan los comentarios que en los años 80 se hacían acerca de las pinturas de Rodrigo Callejas (Medellín, 1937), viene inmediatamente a la mente la imagen de sus actuales trabajos en cerámica, los “Acéfalos”, lo que solo significa el reconocimiento de la coherencia y continuidad que caracteriza su vida artística.
Y ello también tiene que ver con la insistencia en las mismas formas y problemas durante muchos años. En efecto, la amplia serie de los “Acéfalos” se extiende a lo largo de casi dos décadas, en un proceso que se ha ido refinando y profundizando.
Los “Acéfalos” de Rodrigo Callejas son un amplio conjunto de esculturas en cerámica, que pueden presentarse aisladamente o en grupos, de dimensiones variadas aunque, de manera general, pude decirse que tienen unos 50 centímetros de altura. Sin embargo, todo es mucho menos claro, más inquietante, de lo que revela su simple descripción.
Rodrigo Callejas se ubica en el centro de uno de los debates más interesantes (aunque quizá, también, menos conocidos) de la historia del arte moderno y contemporáneo en Colombia, debate que, según creo, tuvo su centro en Medellín, y que tiene que ver con las posibilidades estéticas de la cerámica. En la década de los 60, muchos de nuestros artistas de vanguardia partieron de la cerámica, hasta entonces limitada a ser, como se decía, un entretenimiento señorero, para construir su propuesta de ruptura estética.
Estos “Acéfalos” son esculturas; pero, en realidad, también son vasijas que, de una manera absolutamente libre, hacen referencia a los orígenes ancestrales de la cerámica, vinculada desde las culturas neolíticas con funciones prácticas y rituales de guardar, conservar y usar líquidos, granos, restos humanos, etcétera. Justamente, una de las implicaciones más trascendentales de la cerámica radica en que, por el contacto directo con la tierra, nos sintoniza de inmediato con una carga antropológica e histórica casi infinita. Y las esculturas de Rodrigo Callejas no son extrañas a esa riqueza significativa ancestral.
Por otra parte, son, efectivamente, figuras acéfalas, un asunto cargado de una negatividad extrema que aquí no encuentra ninguna correspondencia; tampoco están relacionadas con dramas de la violencia o de la muerte que se vinculan con una decapitación; y ni siquiera tienen el carácter de fragmento que encontramos con frecuencia en esculturas antiguas y modernas, motivado por los avatares del tiempo o por la decisión del artista.
Incluso es difícil saber si las formas de estos “Acéfalos” de Rodrigo Callejas son humanas o animales, quizá porque a través de redondeces, sugerencias y la sensualidad del tacto y de la mirada, estas esculturas nos ubican en un contexto vital en el cual no existe distancia entre lo humano y lo animal.
Ya en los años 80 se reconocía en la pintura de Rodrigo Callejas la actitud básica que aquí sigue dando vida a sus esculturas: una conciencia sensible y mordaz que se aparta de fáciles narraciones y que, más que una reproducción fotográfica, crea una metáfora de la relación del hombre con el mundo; con una naturaleza inquietante, agresiva, sensual, autónoma, sugerente. Nueva y antigua al mismo tiempo.
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