Estados Unidos, un país por décadas estable y predecible, y ocasionalmente líder moral de media humanidad, está irreconocible. Y todo gracias a un video. Un video que muestra el horror de un policía blanco en Minneapolis, rebosando supremacía y esa masculinidad clásica de película americana, asfixiando hasta la muerte a un ciudadano negro.
Desde que se conoció, el país enfrenta la mayor ola de protestas y desórdenes en décadas, y todo gracias a la fuerza gráfica del video. Nadie necesita explicaciones. Uno lo ve y quiere acción inmediata, ¡Justicia ya! A uno se le rebosa la copa y exige que el racismo desaparezca de inmediato.
Las protestas no se limitan a USA, ya se han extendido por numerosos países de Europa, Asia y Oceanía. Protestan con mucha rabia en frente de embajadas y consulados americanos para decirle a su desubicado presidente que su país -al menos la mitad que él representa- ya no puede ser líder moral de nada ni de nadie.
En Colombia al parecer no nos hemos dado por enterados. O tal vez sí, ¿pero la COVID-19 no deja?
¿Y qué tal si no hubiera existido el video (o videos, la escena fue tomada por varias personas y desde varios ángulos)? Quizá porque no había nadie cerca o porque la escena habría ocurrido hace 20 o más años. La historia oficial -y única- habría dicho que el peligroso afro opuso resistencia al arresto y atacó a los agentes. Y caso cerrado, de pronto con felicitación y medalla.
Todo seguiría tan normal, con actos de racismo diario, sistémico y flagrante. Seguramente muy difíciles de captar en video. Actos que no generan reacción inmediata, pues por lo general no son actos de agresión física y grosera sino sutil. Y frecuentemente institucionalizada.
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¿Cuántos hechos de la historia que hemos conocido, tanto de Colombia como de cualquier otro país, realmente fueron totalmente diferentes de como los hemos aprendido? ¿Qué tal si los ciudadanos de la época hubieran contado con smartphones y redes sociales, para filmar y difundir lo ocurrido, por ejemplo, con la conquista de América por los españoles?
¿O la conquista del Oeste en Estados Unidos, cuyas historias siempre se las ingenian para que el verdadero depredador termine como héroe y las verdaderas víctimas como despiadados agresores?
¿Y qué tal el vergonzoso comportamiento de naciones supuestamente tan civilizadas como Francia, Reino Unido, Holanda o Bélgica en su papel de potencias colonizadoras entre los siglos XVIII y XX?
El video, gracias a su ubicuidad y difusión inmediata, nos cambió la vida, pues nos permite, por fin, ver la vida como es y no como queremos creer.
Por: Juan Carlos Franco