Homenaje a Sonia Braga
Marta Elena Vélez comprende que el contexto contemporáneo se define a partir de la imagen y no ya por la búsqueda de esencias metafísicas
A lo largo de los siglos, el arte se ha debatido entre múltiples tendencias encontradas. Entre ellas, quizá una de las luchas más importantes es la que se ha producido en diferentes momentos históricos entre quienes pretenden afirmar la trascendencia absoluta del arte, que se aparta de lo cotidiano por la búsqueda de una belleza ideal, y quienes, por el contrario, sostienen que la identificación con la vida es la esencia más profunda de la creación artística.
Marta Elena Vélez (Medellín, 1938) es integrante fundamental de la llamada Generación Urbana que en la década de los setenta comprendió que la vida en la ciudad contemporánea nos impone unas formas de mirar y de relacionarnos con la realidad que se aparta de las actitudes contemplativas del pasado. Y con ello los artistas de la Generación Urbana dieron un paso fundamental para la consolidación de nuevas formas de arte en la región y en el país, hacia lo que hoy identificamos como arte contemporáneo. En esa dirección, el de Marta Elena Vélez es un trabajo que, a su modo, reivindica permanentemente la unión entre arte y vida.
“Homenaje a Sonia Braga” es una pintura de 207 por 106 centímetros, realizada entre 1984 y 1985, que revela una particular manera de enfrentar lo urbano, al tiempo que afirma la relación con lo cotidiano.
En efecto, Marta Elena Vélez comprende que el contexto contemporáneo se define a partir de la imagen y no ya por la búsqueda de esencias metafísicas. Y dentro de esos intereses descubre la ciudad saturada de imágenes –ella misma es imagen–. Aunque con frecuencia son definidas como mercantiles, insignificantes y de consumo, la artista descubre en esas imágenes unos potenciales estéticos, formales, significativos e incluso decorativos, que le permiten crear una obra insólita y cargada de sugerencias poéticas.
Para su “Homenaje a Sonia Braga”, Marta Elena Vélez utiliza una tela que encuentra en mercados populares, estampada con motivos tropicales de vegetales; una tela que se ajusta a un cierto tipo de gusto, producida industrialmente, y con la finalidad de que sea comprada, usada, consumida y desechada, sin ningún propósito de haber creado una obra de arte. Pero, en todo caso, es una imagen producto de la sociedad urbana, que la artista descubre y de la cual se apropia para transformar su sentido y entregarla a la experiencia y disfrute del observador.
En este caso, la intervención de Marta Elena Vélez se limita a la pintura de las cabezas de guacamayas y al paisaje marino que percibimos a través de lo que parece ser una especie de claro dentro de la espesura de una selva tropical. No es necesario insistir en que esa mínima intervención transforma totalmente la tela y crea unas dimensiones espaciales y significativas que no existen en el estampado original en el cual se impone un esquema plano generado por las formas repetidas sobre un fondo azul uniforme.
Sin embargo, un gesto tan mínimo está cargado de profundas consecuencias, quizá no sólo artísticas. Por supuesto, impacta la manera como una tela decorativa se transforma de repente en un paisaje. Pero, quizá más profundamente, la obra nos llena de preguntas. Por ejemplo, cómo se puede entender hoy el tema del paisaje, porque éste parece más una construcción mental que una simple reproducción de apariencias externas. O, cómo es que lo decorativo, que el siglo 20 creyó desterrar, sigue firmemente instalado en el universo artístico. Y, en el fondo, pero no en último lugar, cómo esta tela se convierte en arte aunque siga haciendo hace patentes los procesos materiales y vitales que la hicieron posible.