/ Carlos Arturo Fernández U.
“Planas”, de Bernardo Salcedo (Bogotá 1939 – 2007), realizada en 1969, no es una obra de arte en el sentido tradicional del término. Lo que tenemos es un conjunto de seis hojas de papel, de 32 por 21 centímetros cada una, en las que, a la manera de una tarea escolar, escrito a lápiz se repite insistentemente el refrán popular según el cual “no todo lo que brilla es oro”.
Aunque cada página está firmada y fechada, como se acostumbra en las obras de arte, todos los demás elementos se dirigen a reforzar la condición escolar, con base en la reiteración de una serie de lugares comunes. No es difícil descubrir que más que una tarea se trata de uno de aquellos castigos agotadores, típicos de una pedagogía quizá hoy en desuso pero no en los años sesenta, en los cuales el estudiante era obligado a llenar planas con una frase antes de poder salir del colegio. Pero como todo se simplifica cuando se hace en serie, terminábamos fragmentado el texto que se convertía, entonces, en una serie de columnas en sí mismas vacías de sentido (no todo no todo no todo lo que lo que lo que) donde solo sobrevive la idea de la obligación de cumplir el trabajo o de completar el castigo lo más pronto posible. A ello se agregan la calificación y las correcciones del maestro que identifican los errores, señalan las partes faltantes en la extensa retahíla o critican cómo se van perdiendo las líneas horizontales y verticales que debería presentar la repetición. En síntesis, una cantidad enorme de detalles que se remiten a experiencias cotidianas y conocidas, pero que se encuentran muy lejos de los procesos, métodos y técnicas del arte tradicional, lo que parece bastante lógico por tratarse de un artista como Bernardo Salcedo, uno de los principales representantes del arte conceptual en Colombia.
Sin embargo, es conveniente tener en cuenta que esta línea conceptual no es un descubrimiento de la segunda mitad del siglo 20 sino que se inserta profundamente en toda la visión del arte que se genera a partir de mediados del 18; pero no se trata aquí de desconocer los aportes de las vanguardias, sino de recordar que es hacia 1750 cuando comienza a producirse la transformación conceptual que llega hasta el arte actual; y que, por tanto, sin mirar esos orígenes resultaría imposible comprender el presente.
En efecto, en 1750 Alexander Baumgarten publica su “Estética”, el libro que comenzará a construir la base teórica de esta disciplina, que él define como ciencia del conocimiento sensible. Y en ese contexto reivindica la importancia del pensamiento, del concepto diríamos hoy, más allá de la tradición académica que no desconoce pero a la que le concede solo una parte dentro del amplio espectro del arte.
En un desarrollo que es fundamental para el arte posterior, Baumgarten reivindica la trascendencia del “arte de pensar bellamente”, lo que en su pensamiento se manifiesta en invenciones lingüísticas o artísticas ingeniosas, sutiles, perspicaces, impertinentes, desconcertantes, como las que se encuentran, por ejemplo, en el arte barroco, en la poesía conceptualista española o en los montajes arquitectónicos, teatrales, pictóricos o escultóricos que caracterizan aquella época.
Ese arte de pensar ingeniosamente y de ponernos a pensar en las contradicciones que llenan nuestra cotidianidad, es una de las mejores aproximaciones posibles a un arte conceptual como el de la “Planas” de Bernardo Salcedo.
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