Por: Sara Cano, periodista
Entre el temor a ser contagiados por el COVID-19, virus que paralizó al mundo entero, y el miedo a no tener dinero para pagar las obligaciones que trae consigo ser estudiante internacional, muchos han optado por seguir en sus labores, a diferencia de otros, que querían hacerlo pero han perdido sus empleos.
Vivo en Melbourne, Victoria, en el sureste de Australia, desde hace 4 años, y por la empresa en la que trabajo he visto pasar decenas de estudiantes latinos que llegaron a este país a buscar oportunidades laborales y económicas diferentes a las de sus países de origen. Trabajo como supervisora en una empresa de limpieza en construcción, allí todo marchaba bien, hasta hace un mes.
Somos un poco más de 25 empleados, entre colombianos y chilenos cuya mayoría divide sus días entre trabajar en el día –de 7:00 de la mañana a 3:00 de la tarde– y estudiar en las noches. Cuando comenzaron los rumores sobre un virus que había nacido en China y que se estaba expandiendo por el mundo nadie se asustó. Aunque estamos cerca de Asia, jamás pensamos que tal pandemia nos cambiaría la forma de vivir. “Nosotros estamos lejos de todo, eso hasta acá no llega”, escuché decir más de una vez.
El Gobierno australiano nunca mostró grandes signos de alarma por el COVID-19, solo hasta el 23 de marzo cuando Scott Morrison, primer ministro, decidió cerrar los bares, las discotecas y los restaurantes (que hasta la fecha solo pueden operar para hacer domicilios), y así hacerle frente a la pandemia en la llamada etapa 1. Allí comenzó el calvario para los estudiantes internacionales, donde la gran mayoría perdieron su empleo.
Al problema de salir contagiado por un virus, se le sumó el no tener una fuente directa de ingresos. Cabe anotar que hasta el 9 de abril, en todo el territorio australiano había un total de 6.204 casos confirmados, de los cuales 1.241 están en Victoria. Ya han fallecido 54 personas en el todo el país.
A la industria de la construcción, una de las más poderosas, no la afectó de manera directa. Quienes hacemos parte del gremio conservamos aún nuestros empleos, pero tuvimos que decidir entre seguir trabajando y cumplir con nuestras obligaciones o parar y salvaguardarnos de la epidemia.
Yo decidí hacerme a un lado, tratar de frenar el contagio y quedarme en casa para proteger mi vida y la de quienes comparten apartamento conmigo, pero otros no tuvieron más opción que seguir saliendo a trabajar.
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En Australia hay 2.7 millones de titulares de visas temporales, de las cuales más de 565.000 son estudiantes, y para muchos de ellos el pago de la renta, los servicios públicos, la comida y el colegio, no se hacen esperar.
Yo me siento afortunada por poder tomar la decisión de quedarme en casa y que eso no afecte drásticamente mi economía, pero siento una profunda tristeza por aquellos que en su necesidad de trabajar sigan arriesgando su salud sin saber cuáles serían las consecuencias de enfermarse en un país que no es nuestro.
Pero entre todo lo nefasto que pueda dejar esta crisis mundial, rescato que han salido a flote, en muchas personas, la compasión y solidaridad. En Australia, por ejemplo, varios grupos de colombianos se han unido para buscar soluciones ante el Gobierno y ayudar a los compatriotas que más lo necesitan, otros a título personal han brindado mercados y ofrecido vivienda a quienes no la están pasando bien lejos de casa.
Cuando todo esto pase volveremos al inicio de todo, como cuando estábamos pequeños y nuestros padres nos enseñaron que: “Si todos remamos para el mismo lado, avanzaremos mejor y con más fuerza”.