Por: Valeria Llano-Arias, comunicadora, residente en Londres
Nunca pensé que me iba a tocar vivir una crisis de este tipo tan rápido. Pensaba que algo así sucedería dentro de varias décadas, en un lugar más “lejano”. Pero es aquí y ahora y ya nos golpeó directamente. El COVID-19 entró a nuestra casa… Por fortuna los síntomas (de mi esposo) han sido los más leves: escalofríos, dolor de cabeza y pérdida del olfato y gusto. En mi hija y en mí no se evidenciaron síntomas pero es muy probable que también lo hayamos contraído. Hemos estado aislados, pensativos, ansiosos, cansados.
Sabemos que somos privilegiados, que a pesar de haber contraído el virus, estamos bien, estamos juntos, conservamos nuestros trabajos, nuestros empleadores han sido comprensivos, nuestras familias tienen buena salud, tenemos comida, techo, acceso a información, educación, cosas que para otras personas escasean o nunca han existido. Sin embargo, sin entrar en comparaciones, no ha sido color de rosa.
Es ya difícil vivir lejos y hacer esfuerzos para cultivar y mantener las relaciones, y a eso sumarle la angustia de un futuro incierto, de no saber cuándo volveremos a abrazar a nuestros padres, a sentir el calor del sol tropical o la frescura del mar mediterráneo y saborear esos platos de casa. Hay días agotadores entre las tareas domésticas, rendir en el trabajo, cuidar de un bebé, mantener la salud mental, pensar en el futuro, las finanzas personales, hacer ejercicio, ah, ¡y comer también!
Vivir entre el virus
Vivimos en el barrio más afectado de Londres, que a su vez es la ciudad más afectada del Reino Unido. Con una población de 67 millones de personas, en el Reino Unido ya hay 52.274 personas contagiadas y 5.383 muertes (al 6 de abril). La estrategia del gobierno conservador para enfrentar esta crisis ha tenido varios tropiezos. Controversia y retardo en las decisiones aceleraron el aumento de contagiados entre quienes se destacan el mismísimo primer ministro, el heredero al trono, la ministra de salud, el asesor médico del gobierno, decenas de personal de salud, y la lista sigue.
La pandemia nos está dejando grandes enseñanzas. Una de ellas: volver a lo básico, lo esencial, a la reflexión (¡forzada!), la familia, recuperar relaciones, a apreciar mucho más la naturaleza, a pensar en las consecuencias de nuestras decisiones y estilo de vida. Otra lección, la ironía que los gobiernos occidentales (Europa y Estados Unidos), que creían que tenían la fuerza para ofrecer la máxima protección, seguridad y prosperidad a su gente, están siendo destrozados por un enemigo invisible. Miles de millones de dólares de inversión en defensa, se ven obsoletos contra este virus, que se frena con inversión en sistemas públicos de salud, educación, protección social.
La historia del mundo se acaba de partir en dos. Va a tomar muchos años superar las consecuencias económicas, sociales y políticas de esta pandemia. Ojalá que en el proceso de recuperación haya más voces y acciones trabajando por la equidad, la tolerancia, el bienestar. Mientras eso ocurre, pienso en este extraño presente, en mi esposo y mi hija, en disfrutar ese sol de primavera que nos comienza a visitar y en dar gracias por estar contando esta historia.
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