Este niño es Ricardo Rendón. “Un dios”, “El Goya colombiano”. Mucho antes de cumplir cuarenta, derribaría gobiernos y ministros; fue idolatrado y hasta admirado por sus enemigos…
Tenía nueve años el día que le tomaron esta foto y ya un disparo le había cambiado la vida. Un par de años antes, en Rionegro, una pelea de cantina en la esquina de su casa terminó a las armas y una bala perdida le alcanzó una pierna. La convalecencia fue larga, pero le dejó dos vicios: el de observar y el de hacer trazos. Cuentan que se pasaba horas sentado en el muro de la ventana, viendo gente y rayando hojas.
Toda la fuerza de este niño que ahora mira tranquilo hacia la cámara de Benjamín de la Calle brotaría por los dedos de su mano derecha. Mírenlos, colgando relajados, en 1903. Con ellos, mucho antes de cumplir cuarenta, derribaría gobiernos y ministros, sería idolatrado por analfabetas y letrados, ovacionado por poetas y políticos y admirado hasta por sus enemigos…
Pero aquí tenía apenas nueve. Faltaban todavía veintiocho para que a la mitad de la mañana de un miércoles —entre las sombras de un café bogotano— con los dedos de esa misma mano acercara una cerveza a sus labios, garabateara un cráneo y un par de frases, apuntara el cañón de una pequeña Colt contra su boca y apretara el gatillo “dos veces”. O eso dicen, porque autopsia no hubo.
A su entierro, al día siguiente, asistieron “más de diez mil personas”, y el cortejo fúnebre ocupó seis cuadras de la Avenida de La República, según relató El Espectador. Entre los asistentes hubo futuros presidentes y hasta mártires: Lleras Camargo, Gaitán… Y algunos de los mejores escritores y artistas de su tiempo, Panidas, Nuevos, y miles de seguidores adoloridos con la muerte de “El Emperador”.
En la Colombia de esos días afirmaban que había logrado detener una larga racha de gobiernos godos (o destruir “la maquinaria teocrático-feudal y reaccionaria de la hegemonía conservadora”, como escribió Alfredo Iriarte) y abrir la grieta por la que lograría colarse el primer presidente liberal del país en 44 años, con nombre de aeropuerto. Y todo eso a punta de dibujos y frases cortas en las primeras planas de la prensa nacional.
Era “íntegro, distante, triste y sarcástico”, escribió Lleras. “Era un dios”, dijo Fernando González. “El Goya colombiano”, “el genio satírico más vigoroso de media América”, “el más grande caricaturista”… La lista de adjetivos y alabanzas para Ricardo Rendón podría llenar libros enteros.
Se dijo que se mató acorralado por las deudas, y era falso. Que porque su talento se estaba diluyendo en el alcohol, y eso fue sucio. O que porque sus amigos liberales se habían subido al mismo pedestal del que había logrado bajar a tantos poderosos, y se empezaban a comportar igual que ellos. O peor, y ahora intentaban silenciarlo. Y eso nunca lo han podido desmentir.
POR: Biblioteca Pública Piloto de Medellín Juan Miguel Villegas