Tienen entre 10 y 80 años y son más de 30. Unos tejen por oficio y viven de ello, otros por hobby. Entre agujas, hilos y lanas pasan la tarde en la cafetería de Comfama San Ignacio entretejiendo relaciones.
Mis últimas aventuras con el tejido datan de 1985 al intentar elaborar un ajuar en malla para un muñeco y aprobar así una de mis asignaturas. Ni lo hice, ni recuerdo cómo pasé. Desde entonces nunca había sentido deseos de intentarlo, hasta que visité en Comfama de San Ignacio a los hombres que tejen.
Aquel lunes me encontré poco antes de las tres de la tarde con José Eladio Pérez, amigo cocinero, quien pertenece al grupo desde hace casi dos años, cuando llegó tras la muerte de su hermana María Libia.
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José Eladio nunca había tejido y aunque es asiduo, su productividad en el tejido es cuestionable; de lo que no hay dudas es de lo sanador que ha sido para él. Nos sentamos en la cafetería en una mesa alargada esperando a que fueran apareciendo los miembros de esta suerte de costurero público, si bien me aclaran que ellos no cosen, sino que tejen: croché, malla, macramé, punto de cruz o tejido ancestral.
Técnicas aparte, porque Héctor Guillermo Echeverri, mejor conocido como Guille, otro asiduo, hace yoyo, es decir cose, lo fundamental aquí es el sentido de conexión, la certeza de que los hombres sí tejen y la posibilidad de hacerlo en público. El término costurero se da como sinónimo de reunión, de una que ha sido más relacionada “con mujeres que se encuentran a coser y a compartir unas galletas en espacios privados… nosotros somos hombres de todas las edades, que nos reunimos a tejer, también con galletas, pero en un espacio público”, explican Leonardo Romero, actual director y Aarón Zea, director técnico.
Diversidad y camaradería
Cuando Carlos Mario Campuzano y Leonardo Benítez —anterior director— dieron vida a la iniciativa hace más de tres años en otro espacio del Centro, no habrían imaginado que a punta de aguja reunirían a más de 30 hombres todos los lunes de tres a siete de la noche. No hay profesor, se ayudan unos a otros; tampoco se paga, cada quien tiene sus materiales, su termo con agua o café y alguno lleva mecato para compartir; el día de mi visita disfrutamos de las wafles que llevó Álvaro Gómez, de 80 años y quien ahora teje sus cortinas en macramé: “por eso no había venido, son muy grandes para traerlas, pero sigo en la casa”, contó.
Alberto Giraldo, diseñador de modas y profesor de marroquinería, teje malla desde hace 30 años y sus creaciones son una de sus fuentes de ingresos. Mientras tejía y conversaba me mostró fotos de sus gorros doble faz —tal es la perfección del tejido—, sus bufandas y suéteres. Junto a él estaba Fabio Gaviria, diseñador industrial, profesor universitario y alumno de Alberto, quien teje hace 15 años, aunque apenas retoma la malla ahora que ingresó al grupo. Aquel día también estuvieron Jhonatan Ceballos, de 15 años, quien se unió el año pasado por curiosidad y José Ocampo, estilista, quien teje desde hace 14 años y también se unió en 2019.
Son tantos los frentes para conectarse en esta jornada de tejeduría que no sé a qué prestar atención. Mientras hablo con Alex Restrepo, licenciado en lenguas y dibujante que está haciendo la figura de un cocinero en punto de cruz “para que José Eladio se la ponga a su chaqueta de jean”, veo llegar a James Monsalve, estudiante de odontología, bailarín y primíparo tejedor. Leonardo Romero lo recibe y le da las primeras indicaciones para que empiece a ejercitarse en el uso de la aguja de croché, James cuenta que supo sobre el grupo en un programa de televisión.
Sin discriminación
También aparece Alejandro Curiel, venezolano ya asiduo, quien vive hace dos años en Colombia y trabaja en un puesto de empanadas cercano. De su mochila saca una capa que teje en malla en franjas de colores y que de no ser por los 35 grados centígrados de aquella tarde, yo habría vestido. Otros nuevos visitantes llegan ese día en un grupo de cinco, liderados por Juan de unos 40 años, quien llevó a sus amigos —en sus veintes—, sin saber a dónde iban, tras un acuerdo que hicieron de compartir actividades diferentes.
Muchas mujeres se acercan a preguntar por las clases, para enterarse de que este es un espacio de tejeduría para hombres, pero que si quieren pueden matricularse en El costurero de la casa en sus clases de croché y malla los miércoles de tres a seis en el Teatro Pablo Tobón Uribe, o visitarlos los Días de Playa los primeros fines de semana del mes.
Ellos cuidan su espacio, no es discriminación, solo protegen el tejido de bienestar que el grupo les brinda, por eso quieren conservarlo así, ya compartirán con tejedoras para aprender de ellas y, de paso, enseñarles lo que entre agujas, hilos y cromosomas XY, ellos han aprendido.
¿Dónde más tejer?
Tejiendo café. Carrera 43F No. 10 – 38 Leonardo Benítez, anterior director de los hombres que tejen y aun miembro del grupo, ofrece el espacio Tejiendo Café, donde se dictan clases para hombres y mujeres de todas las edades, al tiempo que se disfruta de un café de origen en distintos métodos de preparación. Instagram: @tejiendocafe
Casa Tragaluz.
Calle 9 No. 43 C 50 El nudo sin fin es un espacio de reunión que guía Sara Rodas, cantante lírica, ilustradora y creadora del proyecto Lanasubelanabaja crochet. El formato es el del costurero, en el cual cada persona lleva sus materiales y proyectos personales, y eventualmente hay proyectos colectivos. Jueves de 10:00 a.m. a 12:00 m. con aporte voluntario. Instagram: @tragaluzeditores