Por: Juan Carlos Orrego | ||
Fue la única anotación del juego. Pero después de ese día, y por espacio de un par de décadas, se supo poco de otros tantos suyos: noble hasta la médula, Leonel aplicó en su fútbol una sentencia de Jorge Luis Borges según la cual es preferible que otros tengan la razón, y por eso mil veces eligió pasar el balón a un compañero que ensayar él mismo la suerte del gol.
Lejos del arco rival, el reino de Leonel Álvarez fue el medio campo, donde se batió como infatigable mariscal y donde, con caballerosa rudeza, supo poner siempre los puntos sobre las íes. A tanto llegó su prestigio que, cuando apenas contaba 21 años, Nacional lo arrebató al Medellín. En esos tiempos, sin embargo, nadie pensó en una traición del joven crédito de Remedios: a todos los hinchas rojos, atragantados de llanto, solo se nos ocurrió que la desmedida codicia del vecino rico nos quitaba lo mejor que teníamos. Más allá de pecados capitales y despechos, Leonel fue bueno con todos: al equipo verde le dio un título de Copa Libertadores con un penalti magistral, y al Medellín volvió en 1996 para regalarle su experiencia de volante veterano y dejar en claro que esa era su casa. Honrado hasta lo inimaginable —o lo que en Colombia resulta inimaginable—, nuestro hombre fue incapaz de perpetrar engaños en el terreno de juego: en dos décadas de carrera como futbolista jamás fingió lesiones ni quiso timar a ningún árbitro con maliciosas quemas de tiempo, y cuando fue invitado a los partidos amistosos de despedida de prestigiosas estrellas era el único que jugaba de verdad, sin importarle que su seriedad pareciera extravagante entre las bufonadas de los demás. En la despedida del Pibe Valderrama marcó con reciedumbre —a riesgo de lesionarlas inocentemente— a varias figuras del balompié latinoamericano. Pero el país entero, conocedor de su temperamento inflexible, no hubiera admitido otro comportamiento del Sansón montañés. Idos los tiempos de los pantalones cortos, Leonel tuvo la oportunidad de seguir mostrando a sus compatriotas la calidad de su espíritu. Actuó como náufrago en un Reality show, humillando la frivolidad reinante con sus lecciones de sencillez, lealtad y sana ambición. Después, en un comercial farmacéutico en que debió representar al padre amoroso, profirió la famosa sentencia de “Listo papito, si es ya es ya”, hasta la fecha repetida por todos aquellos que quieren mostrar entereza y compromiso en las tareas que tienen por delante. Pero él mismo fue quien mejor supo materializar la consigna: al mando del equipo que lo había visto nacer para el fútbol protagonizó una arrasadora campaña de buen juego, tesón, convicción y amor por la camiseta que se vio coronada con la estrella más reluciente del escudo del Medellín, ganada el último 20 de diciembre después de empatar a 2 goles con el Huila. Cuando el azar de las vacaciones me llevó a la ciudad de Neiva, un taxista me hizo entender el tamaño del ídolo de Remedios y todo lo que él representa en este país sin héroes. Dejando a un lado su dolor de hincha derrotado, el hombre me dijo: “A mí en el fondo no me importa que hubiera perdido el Huila, porque perdió contra Leonel, y a uno no le da rabia que gane un señorazo de esos”. En ese momento entendí que debía volver rápido a casa para, en la primera columna del año, quitarme el sombrero ante Leonel de Jesús Álvarez Zuleta. Listo papito, si es ya es ya. |
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