En las paredes internas de su tráquea le encontraron una mata de café. Una semillita de pergamino que, arropada entre el calor y la humedad, se había tomado la confianza de nacer al mundo.
A este soldadito que ven aquí lo degollaron “alrededor de los cuatro años”. Pero sobrevivió. Y para tanto le alcanzó la vida que llegó a ser concejal, diputado, senador… y hasta presidente de Colombia.
Pero mucho antes de todo eso —en medio de la última década de un siglo plagado de guerras— era todavía un niño que jugaba. Y una vez, en una hacienda cafetera, le pasó una de esas cosas que no suelen ocurrir sino en la fantasía de los cuentos infantiles o en algún relato bíblico: le germinó una semilla en la garganta. Una semilla de “café pergamino”, reseca y áspera, que se tragó mal tragada y que le bajó “cortando y obstruyendo”, casi lo asfixia y le dejó una tos de varios días que su familia confundió con el “crup” o la “difteria”.
Lo llevaron de urgencia a Medellín, donde su tío Rafael decidió hacerle la primera traqueotomía practicada en estas tierras. Al abrirle una ventana le encontraron, atenazada en las paredes internas de su tráquea, una mata de café. Un cotiledón, una semillita de pergamino que, arropada entre el calor y la humedad, se había tomado la confianza de nacer al mundo, y que su mamá atesoró durante años como testimonio de lo imposible.
Del incidente le quedaron por lo menos dos cosas, decía: “una simbiosis entre la vida del café y la mía” (fue presidente de la Federación Nacional de Cafeteros), y la imposibilidad de “levantar demasiado la voz en público ni en privado”.
Cuando 51 años después, ya en la Casa de Nariño, le estalló en la cara El Bogotazo, se puso de moda que los conservadores les abrieran un boquete en la garganta a los liberales (y viceversa) y que a veces por ese ojal les sacaran la lengua a manera de terrible corbatín. Un truco enfermizo al que los colombianos fuimos capaces de ponerle un nombre cómico-industrial… Uno que recordaría años más tarde este mismo niño, ya como el expresidente conservador Mariano Ospina Pérez —“el presidente Ingeniero”—, para describir aquella memorable operación de su infancia. Con la claridad del que echa mano de lo que conoce bien para explicar algo, decía —con voz suave y baja— que aquella maraña quirúrgica se había parecido “un poco a lo que en la violencia política dieron en llamar el corte de franela”. Y la gente, por supuesto, entendía.
Por Biblioteca Pública Piloto de Medellín – Juan Miguel Villegas