Una historia, muchas injusticias

Hace poco en una conversación una persona cercana me preguntó: “¿Y por qué tenemos que celebrar el día de la niña en la ciencia?”.
Una respuesta pública.

Sentados en la plaza de Jardín y a la luz de la que sería nuestra primera luna llena juntos, Iván me preguntó un día: “¿Qué te gustaba hacer cuando eras niña?” Sumergida en ese odioso vicio que tienen los periodistas de responder con preguntas, le dije: “¿Por qué? ¿Y a vos?”. Sin vergüenza alguna, me contestó: “Hacer bonsais”.

Apenada por lo que vendría a continuación, me reí y murmuré: “A mí me gustaba hacer tortas con un huevito”. Recuerdo que fue Sandra, mi prima, la primera en enseñarme a hacer un pastel y aunque todavía amo la cocina, esa conversación entre cantinas y cafés, movió las fibras de la que fue mi crianza, la misma que se repite día tras día en las familias colombianas.
Esta es una historia común: nunca jugué con un carro, porque eran cosas de hombres. Ustedes tampoco. Lo sé. No me dejaron desarmar los juguetes e incluso las muñecas “finas” que me regalaban, terminaban guardadas en una caja para que no las averiara. Puedo decir que vengué mi infancia en árboles de guayabas y de mangos; pero, los estímulos manuales que recibía mi cerebro venían de las muñecas, los oficios y las pequeñas clases de cocina.

Ahora, ¿a qué viene esta historia plagada de clichés y de costumbres que hemos convertido en un factor común? A que desde pequeñas a las mujeres nos alejan, por crianza, de la posibilidad de experimentar con cosas que se arman y que se desarman, con sistemas eléctricos y con otras actividades que en la adultez pueden conjugarse en palabras como robótica. He escuchado, incluso, que gran parte de la ausencia de mujeres en facultades de ingeniería podría tener que ver con que nuestra educación está limitada por otros oficios que si bien son necesarios, no estimulan nuestro cerebro para desempeñarse en actividades más cercanas a la ciencia.

Cierta o no cierta la historia, porque desconozco de teorías científicas educativas que den fe del impacto de los juegos infantiles en el desarrollo entre hombres y mujeres, a hoy sé algo luego de la conversación en Jardín: Iván es químico y yo periodista. Ninguno de los dos se arrepiente de su quehacer; pero, para mí la ciencia es una historia poética que no logro comprender a cabalidad.

Desde el año 2015, la ONU estableció el 11 de febrero como el Día Internacional de las Mujeres y las Niñas en la Ciencia y la Tecnología, luego de reconocer el rol crítico que jugamos en este campo del conocimiento. Este día busca apoyo, soluciones y en especial devela una cifra que desde los inicios del papel femenino en la ciencia, poco ha crecido: menos del 30 % de los investigadores en el mundo son mujeres.

Razones suficientes para tomar consciencia y tal vez, mientras se lee esta columna en un centro comercial de El Poblado, aprovechar y comprarle a esa nieta, esa sobrina o esa hija, un robot para desarmar.

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