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Por: Jose Gabriel Baena | ||
Es posible que el tema ya esté muy bien estudiado por los antropólogos, pero una nota de más no irá de menos. Siempre me ha sorprendido la capacidad enorme de duración de las mujeres antioqueñas, contra cualquier clase de adversidad. Justamente las desventuras que deben superar deben ser el factor de “culpabilidad” de su enorme duración en el tiempo, lo cual se aprecia sobre todo en las que podemos llamar “mujeres de antes”, de las que vienen de esas familias de siete, diez, catorce hijos, casadas ya y madres de tres y cuatro hijos, que han visto cómo sus esposos se han ido al otro mundo en edad temprana, digamos de menos de sesenta, llevados por enfermedades congénitas o “buscadas”, como suelen decir todas ellas. Conozco una familia de 13 hijos donde todas las mujeres han perdido a sus maridos y han seguido ahí, tirando de la rueda, moviendo el yunque veinte años después. Dice una antropóloga amiga que son precisamente los hijos, el contemplar cómo crecen y cómo les va en la vida, el motivo principal de la resistente residencia en la tierra -citando a Neruda-, porque en el inconsciente y el consciente tienen las madres a sospecha o el presentimiento de que sin ellas los críos se van a ir al carajo aun siendo ya unos viejorros cuarentones, lo cual muchas veces es verdad, no siempre tanto. Una señora vecina de mi antiguo barrio de San Javier, a quien le habían diagnosticado un “feroz” o agresivo cáncer de hígado que dizque se la iba a llevar en menos de dos meses, se dio a la tenaz tarea de no morirse “hasta que midiós se lleve a Tiberio” –su esposo- y héte aquí que no sólo se curó del mal sino que ha sobrevivido a la partida de su esposo durante más de diez años, con un poquito de Alzheimer y en un hermoso asilo, pero ahí sigue, coleando. Acordémonos de las grandes mujeres, en las novelas y en la llamada “vida real” –¿qué significa esto? ¿Hay vida irreal?– que duraron años de los años levantando a sus proles con talento y mucha fuerza física y espiritual, aun aquellas mujeres consideradas “brujas” por las y por los demás por no haber envejecido “como se debe en una mujer digna y de su clase” y tuvieron procesiones de bellos y jóvenes amantes, numerosos como las arenas de la mar. Recomiendo a los lectores la espléndida biografía de Catalina la Grande, la emperatriz rusa del siglo 18, del escritor Henry Troyat, que “se pasó por las armas” a todos los oficiales de sus regimientos y murió ya vieja para su época, a los 60 años, cuando se ocupaba precisamente de su placer favorito con uno de los bufones de la Corte, llamado Platón, y cuyas últimas palabras fueron “¡Más placer, Platón, más placer!”. En fin, novelas de mujeres duraderas y tesas hay todas las que queramos, acuérdense de las protagonistas de los “Cien Años” de Gabo, y también novelas, cómo no, de mujeres que mueren muy jóvenes y tristes y pobres y con los corazones rotos por algún infame (todos lo somos), como Madame Bovary. Otras mujeres muy duras de roer son por ejemplo las “Nanas Negras” de la escritora chocoana Amalialú Posso (el libro se consigue), pero vaya por hoy esta breve nota sobre la increíble duración de nuestras matronas antioqueñas, a quienes no paramos de “mortificar”, benditas sean. | ||
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