Conocí la noticia a mi regreso del paraíso y sentí como si me hubieran expulsado del paraíso. Al principio pensé que era uno de esos mensajes mentirosos que se extienden creando una sensación de realidad: esos burdos poemas que les atribuyen a Borges y García Márquez, esas falsas campañas para acabar con criminales en el África, esos mejores presidentes que no pasan de peores delincuentes.
Pero parece que la cosa sí es en serio. “Si entiendo bien lo que tu lengua expresa”… (me encanta esa frase de Dante), para el año 2013 se iniciará una implantación masiva de microchips en los cuerpos de los estadounidenses. El asunto hace camino –o ya lo hizo- en el Congreso de los Estados Unidos y los primeros enchipados empezarán a moverse por el mundo a partir de marzo o abril del próximo año. Según he podido enterarme, se supone que el asunto nace de la necesidad de implementar modernos sistemas de salud. Los chips manejarán información médica y permitirán llevar control de los tratamientos. Todo indica que las personas que no tengan el chip incorporado no podrán recibir atención médica en los Estados Unidos.
He podido encontrar en el internet una serie de reacciones airadas contra la medida. Algunos señalan la coincidencia de que la empresa encargada de producir los chips pertenezca a un amigo de Obama. La cosa sería otro ejemplo de lo mucho que los Estados Unidos han aprendido de las repúblicas bananeras. Otros abren sus biblias alarmados y señalan pasajes precisos del apocalipsis donde los microchips estaban anunciados. La cosa, tal parece, sería obra del demonio. Pero pocos parecen atinarle a lo de veras importante.
El asunto no es si la idea de meterle aparatos espías a la gente en el cuerpo estaba anunciada o prefigurada. Poco importa si los Estados Unidos son corruptos o si Obama es el diablo y resulta peor que el mismo Osama. Lo que está en juego es que un estado está cruzando una frontera delicada y pretende gobernar sobre imperios hasta ahora protegidos con relativo éxito: las personas con sus cuerpos y sus almas.
He querido consolarme pensando que la cosa puede no ser tan grave. “No es para tanto, muchacho (me consuela llamarme muchacho). Los chips sólo son como los rellenos de las muelas. De hecho, ya muchos llevan chips incorporados sin que se dieran cuenta”. Pero la calma dura poco cuando pienso que no hay manera de poner límite a lo que los chips hacen en el cuerpo. Es obvio que los aparaticos son localizadores; aunque ya esta función la cumplen los celulares y portátiles que nos miran y escuchan sin descanso. Pero, ¿quién nos asegura que la vigilancia no va mucho más allá?
Tal vez los chips de Obama representan la llegada de la policía del pensamiento. Tal vez ha llegado el momento en que ningún ser humano tendrá privacidad. Tal vez, incluso, en ese aparatico estará contenida nuestra destrucción si llegamos a resultar incómodos para los poderes terrenales. La idea es desoladora. He pensado en algunas maneras de evadir la invasión. He pensado rebelarme y renunciar a recibir cualquier tratamiento médico de ahora en adelante. He llegado a pensar que tal vez, después de todo, habría sido una fortuna morir en Sri Lanka.
Oneonta, mayo de 2012.
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Una idea obaminable
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