Ídolo con sombrero
“Ídolo con sombrero” revela, además, que el humor es una estrategia fundamental de la obra de Nadín Ospina
A lo largo de la historia, el arte se enfrentó, de manera prioritaria, desde puntos de vista técnicos y formales. El oficio y las exigencias de los temas y los géneros fueron por lo general las preocupaciones de artistas y observadores, aunque, por supuesto, no se entendieron siempre de la misma forma ni se les dieron iguales alcances artísticos.
Pero, al menos desde Leonardo y Miguel Ángel, comienza a plantearse que el arte es más un asunto del pensamiento. Es una idea que, como un bajo continuo, unas veces más intenso y otras apenas perceptible, puede rastrearse siempre en el arte moderno y contemporáneo. Incluso llega a ser dominante con Marcel Duchamp, quien traslada también la elaboración física de la obra al ámbito del pensamiento.
La idea de que el arte actual se basa en la reflexión sobre la cultura, define el trabajo de Nadín Ospina (Bogotá, 1960). “Ídolo con sombrero” es una obra de 2007, tallada en piedra, de 48 por 28 por 27 centímetros, que mezcla referencias al pasado aborigen y a la cultura mediática contemporánea. En efecto, el tronco de la figura está inspirado en las esculturas prehispánicas, como las de San Agustín, en las cuales es frecuente la presencia de personajes mayores que sostienen niños, mientras que la cabeza es la de un sonriente Mickey Mouse con un gorro que parece desplazarle las grandes orejas.
La preocupación de Nadín Ospina por las mezclas culturales que, para bien y para mal, caracterizan el mundo globalizado, se intensifica desde los años 90; después de comprar una pieza precolombina que resultó falsa, el artista empieza a reflexionar sobre la esencia de la obra de arte y las relaciones entre original y copia; es un problema con ricas posibilidades de análisis en contextos culturales más amplios, como los del eurocentrismo dominante —que pretende ver las demás culturas como copias degradadas de sus modelos—, o, en general, en los ámbitos de las nuevas formas de colonialismo contemporáneo.
Pero no se trata solo de una discusión teórica sobre las implicaciones culturales de la globalización. El asunto es muy significativo cuando se piensa en la producción de la obra de arte. El falso precolombino no tiene valor, pues no procede de las manos de un artesano antiguo, aunque las formas y conceptos que parece revelar sean coherentes con el pasado ancestral. ¿Por qué, entonces, tiene valor una obra como la de Duchamp, que se limita a elegir y presentar objetos producidos industrialmente a los que él, por una simple afirmación, da valor estético? En otras palabras, el falso precolombino no tenía sentido; pero el artista puede darle un giro a la tuerca y definirlo como obra de arte, original y propia suya, aunque Ospina no haya intervenido en su producción material sino, por decirlo así, en el descubrimiento de un nuevo significado.
“Ídolo con sombrero” revela, además, que el humor es una estrategia fundamental de la obra de Nadín Ospina, que por ese medio logra establecer una comunicación más eficaz con el observador y, posiblemente, despertar en él la reflexión acerca de los problemas culturales que soportan su trabajo.
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