A finales de mayo la versión parroquial de “Film and Arts” presentó la profética película del australiano Peter Weir “La última ola” (1977), que hoy parece una matemática previsión del gran maremoto de hace poco más de un año. Situada en Sidney en su época de producción, y teniendo como pretexto el juicio por asesinato de un blanco por unos aborígenes, establece al abogado protagonista como un conector poderoso entre el mundo cotidiano de la ciudad y el sagrado “tiempo de los sueños” que para el antiguo pueblo es el verdadero y real. En el 77 todavía no se hablaba del cambio climático, y en el film empieza a suceder una serie de sorpresivas tormentas no sólo en medio del desértico centro de Australia sino en las grandes urbes: cataratas de granizo y agua negra (petróleo sucio de la contaminación) se desprenden de cielos azules repentinamente quebrantados por fuerzas eléctricas inexplicables, mientras el abogado, a medida que se adentra en el juicio, es intervenido en sus sueños y desvelos por la brujería o el poder simbólico de los nativos. Aunque toda imagen significa otra cosa, aquí el conflicto entre las leyes blancas de peluquín y la ley de los antepasados oscuros como carbón puede desatar una conmoción profunda de la naturaleza, un apocalipsis que se repite en ciclos de miles de años y está presente en los restos de escritura o pictografías de todas las culturas: una gran inundación o una bola de fuego celeste. Los enjuiciados salen libres porque se demuestra que la víctima pereció por un cuchillo mágico –algo que no puede ser juzgado- y entonces el abogado es conducido al misterioso mundo subterráneo, las cavernas profundas sobre las cuales se asienta Sidney y donde habitan todavía los “mulkurules”, dioses, sacerdotes y gentes del tiempo simbólico. El contacto se realiza por la entrega de piedras talladas cuyas figuras aparecen en las pinturas milenarias de las cavernas. En éstas se anuncia el fin del tiempo presente por una poderosa ola, idéntica a la de los grabados japoneses del siglo 19 que pintan el desastre de 2011. Ahora es tiempo de que todo termine para renacer de nuevo y, en efecto, cuando el abogado vuelve a la luz el majestuoso mar se eleva y barre el mundo. “La última ola” fue la noticia anticipada del tsunami de ensayo natural que sólo se llevó a diez mil personas, y forma junto con otro film norteamericano de los años 80, “Koyaanisqatsi”, el par de documentos contemporáneos más aterradores sobre el fin de la vanidosa raza humana, cuya tecnología nada puede hacer cuando la tierra respira cada siete mil años. Cuídate pues, hombre, de los cielos azules, los más tenebrosos espejos cuando se quiebran y arruinan la imagen 3D de tu penúltimo celu. Y a propósito de ciudades construidas sobre culturas arrasadas, aunque en la nuestra se han hallado pocos rastros, justamente debajo de todo el valle de Arví en el borde de nuestro monte oriental se encuentran las tumbas pintadas y secretas de numerosos sacerdotes y caciques aburráes. Todo lo que se edifique sobre ellas ya ha sido demolido en el Tiempo de los Sueños. Y les darán temibles insomnios húmedos a quienes pretenden horadar el túnel de los 900 mil millones. Los aguaceros de Santa Elena tan repentinos y mojadores, como decían antes, digo.
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Mojador tiempo del sueño
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