/ José Gabriel Baena
La culpa de la ominosa inmovilidad de Medellín de las Españas Romanas del fin del Imperio, que data de unos 500 años después de Cristo, la tiene el Comendador de la Presuntuosa Ciudad.
Primero una cuadrilla de avivatos delincuentes se inventó la prohibición, nunca vista en ninguna parte del mundo, de estacionar autos en las vías públicas, que son –o eran– de todos los ciudadanos. Ni siquiera en los barrios tradicionales puede hacerse este uso natural, para lavar el carro los domingos mientras las hijas recientes madres muestran a los abuelos al bebé y sus asquerosas pilatunas de pañales, benditos fuimos los que visitamos a los parientes en esos veraniegos días dominicales, cuando tomarse una cerveza de tradición era eso, una amable tradición.
Pero quienes se apoderaron de las vías públicas para cobrar el parqueadero, una pequeña camarilla de codiciosos, no quedaron contentos con eso. Viendo que los ciudadanos apenas atinaron a osar protestas pichurrias y a pagar por unos minutos de “parking” callejero algunos miles de pesos, se atrevieron entonces de manera simultánea a algo más refinado: el llamado “pico y placa” sumado a las “foto-multas”, cuyo éxito extraordinario ha llenado los bolsillos de la banda terrorista y esquilmado en cifras de miles de millones a los ciudadanos con auto.
Pero como ahora y de modo científico-técnico se ha probado en los estrados judiciales que el “pico y placa” y las “foto-multas” son ilegales y no resuelven en absoluto ningún problema de la malhadada “movilidad”, los amigos de esquilmar al prójimo han llegado al extremo, buscando soluciones odiadas en otros países situados en las antípodas. Si usted no sabe qué son las antípodas, abandone la lectura de este artículo.
Una comisión supuestamente inocente contratada en una universidad local ha encontrado teóricamente que en la Isla-Estado de Singapur tienen el método más eficiente, represivo y costoso para controlar el exagerado parque automotor: a la gran Ciudad-Estado sólo se permite ingresar un número limitado de autos durante el día, con el riesgo de atravesar unos 80 puestos o “gantrys” que no son más que peajes como arcos rectangulares donde quedas fotografiado desde que entras hasta que sales, con fortísimas multas si no pagas en principio. Esos puestos de peajes electrónicos, que antes cobraban el llamado “precio por congestión” –si usted vivía en un barrio de la ciudad donde había muchos autos, se la cobraban hasta el fondo del bolsillo cada mes, aunque usted no tuviera auto–, lo mismo que pasará dentro de poco en El Poblado de San Lorenzo. Ahora el sistema se llama en Singapur “Electronic Road Pricing”, mucho peor: Detección electrónica de infracción en los 80 peajes y vigilancia permanente por TV en las centrales policíacas, con un aditivo especial para Medellín de Indias: Supervigilancia con los llamados “girocópteros” o helicópteros diminutos de ciencia ficción, desde marzo. Recordemos finalmente que Singapur tiene el más alto récord de ejecuciones de criminales en comparación con su población y que cualquier reunión de más de cinco personas es considerada subversiva. Espero marzo con ansiedad de ciudadano de bien, con autogiro marca Disney, para vigilar a los malvados.
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