Diana Orozco lleva cinco años trabajando alrededor de la seguridad alimentaria. Cocineros cuya labor trasciende el escenario del restaurante.
Un día, Diana Orozco decidió que la publicidad no iba más. Y eligió cambiar las agencias por los fogones: estudió en Argentina, siempre con la idea de que su destino estaba más lejos que la cocina de un restaurante.
“Al regresar a Colombia estaban empezando los diálogos de La Habana”. Inquieta, como siempre lo ha sido, se preguntaba cómo podía contribuir desde lo que sabía hacer: cocinar. Así, entendió que a través de la culinaria podía aportar.
Se presentó a una convocatoria de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO, y así empezó a trabajar con proyectos en Putumayo, Nariño y Cauca.
“La seguridad alimentaria nos habla de garantizar comida de buena calidad. La idea es tener un mundo en el que el hambre no exista”, explica. Pero, además de lo nutricional, ella trabaja con la cocina como entre transformador, como agente cohesionador. “A los cocineros nos falta una visión más integral, cocinar no es solo estar en una cocina, también hay política, antropología, sociología y economía, entre otras cosas”. Y de ese modo, se crean relaciones, se genera diálogo y se construye memoria.
“La seguridad alimentaria es una política de estado y, por eso, es un derecho”. Claro que va más allá, porque además de alimentarse bien, para Diana, hay que comer algo preparado con amor, hay que sentarse a la mesa en familia, “hay que entender la cocina como un ritual, como un espacio íntimo e, incluso, como un reconstructor de tejido social”.
Hoy trabaja con 200 familias caficultoras en Abejorral, creando espacios de encuentro alrededor de la alimentación y mejorando su calidad de vida.
Por: Juan Pablo Tettay De Fex / [email protected]