La caída del Muro de Berlín apareció como una nueva génesis: el surgimiento de un mundo globalizado. Crecía la esperanza por la justicia, la tolerancia y los derechos humanos.
Hace 30 años, el 9 de noviembre de 1989, ocurrió lo inimaginable: cayó el Muro de Berlín. Y luego, en una cascada imparable, se produjo el desplome de todo el bloque oriental, vinculado con el comunismo soviético.
Muchos historiadores piensan que los siglos no son meros períodos cronológicos de cien años sino, procesos culturales; por ello, sostienen que, después de un siglo 19 “largo” de 125 años que, culturalmente, se abre con la Revolución Francesa de 1789 y se cierra con el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914, nos encontramos con un siglo 20 “corto”, de apenas 75 años, que iría hasta la caída del Muro de Berlín: un período caracterizado por el auge de los totalitarismos y por una división bipolar del mundo, enfrentado por ideologías económicas y políticas, al mismo tiempo que separado por barreras físicas.
La caída del Muro de Berlín apareció como una nueva génesis: el fin de la Guerra Fría y el surgimiento de un mundo globalizado que, al menos en un plano simbólico, hizo crecer la esperanza (o la ilusión) de un futuro dedicado al despliegue de la justicia, la tolerancia y los derechos humanos. No se trata de revisar aquí la enorme brecha que se ha ido abriendo entre esa ilusión y la realidad de un mundo cada vez más dividido por barreras y bloqueos que no dejan de multiplicarse, ni tampoco el hecho de que, a pesar de su abundancia, se trate de muros diferentes a los de la Guerra Fría.
Obras maestras de un museo histórico
Hoy el Muro de Berlín es, sobre todo, una realidad estética.
Ya mucho antes de su caída, la cara que daba hacia el sector occidental de la ciudad fue convertido en un espacio privilegiado para las intervenciones de grafiteros y de artistas urbanos que manifestaban la libertad del arte contemporáneo contra el dogmatismo del realismo socialista imperante en la órbita soviética, aunque para todos fuera obvio que el concreto y el alambre de púas eran más fuertes y eficaces que los productos de los pinceles. Sin embargo, tras la reunificación de la ciudad, cuando la división desaparecía, los grafitis se extendieron también sobre la cara oriental de los restos del Muro. De hecho, con sus casi 1.500 metros de longitud, la llamada “Galería del lado este” es, en la actualidad, el mayor espacio del mundo dedicado a esas prácticas artísticas urbanas.
Puede decirse que muchos valores se han perdido porque esos grafitis se han convertido en piezas de museo; en efecto, cuando hace algunos años fue necesario restaurar el Muro en la zona de la “Galería del lado este” porque la mala calidad del hierro y del cemento lo estaban destruyendo, los grafitis se volvieron a pintar y a identificar minuciosamente, como si fueran obras maestras de un museo histórico.
De alguna manera (así decimos cuando no sabemos explicar las cosas), el actual Muro de Berlín hace patentes las paradojas del arte actual. Que, quizá, “no sirve para nada” pero que nunca en la historia de la humanidad ha estado más vivo y poderoso. Que resulta extraño, pero que es necesario. Que está presente en todas partes y lo respiramos a diario.
Que nunca ha habido tantos estudiantes de arte como en el mundo pragmático de hoy.
Que parece fugaz, pero que, sin embargo, siempre hace presente una dimensión de valores significativos que nos piden tomar distancia, porque las cosas no se ven mejor de cerca sino cuando las ponemos en contexto.
No es posible olvidar la caída del Muro de Berlín. Gran parte de lo que hoy somos, creemos y pensamos es el resultado de ese momento indescriptible.