Greta fue a protestar frente al Parlamento sueco, exigiendo acción para enfrentar la crisis climática. “¿Para qué estudiar para un futuro por el que no se está haciendo lo suficiente?”.
El modelo de desarrollo dominante, a la vez que ha permitido el “progreso” de la humanidad en muchos aspectos, ha generado problemáticas que ponen a tambalear prácticamente todos los beneficios alcanzados por este. Existe un gran riesgo de que fracasemos como civilización. Esto ha sido advertido muchas veces, desde muchas partes, por muchas personas. ¿Qué ha ocurrido?
Rechazo a la inacción
Greta Thunberg es una joven de 16 años. Es sueca. Tiene síndrome de Asperger. Y se hastió de ver cómo en las más altas esferas de toma de decisiones se ignora la destrucción de nuestro planeta. Al igual que ella, cientos de miles de jóvenes se cansaron de ser espectadores de la puesta en jaque de su futuro; se hartaron de ver que la advertencia sobre el fracaso de la civilización parece no importarles a quienes podrían cambiar las cosas; se les agotó la paciencia porque es su futuro el que está en juego: a ellos les tocará lidiar con las peores consecuencias del cambio climático o de la pérdida de biodiversidad y la contaminación del aire.
Hace unos meses, Greta no asistió al colegio algunos días y fue a protestar frente al Parlamento sueco, exigiendo acción para enfrentar la crisis climática. “¿Para qué estudiar para un futuro por el que no se está haciendo lo suficiente?”, dice Greta sobre su ausencia escolar. Y añade: “¿Para qué aprender datos en el sistema educativo si la más importante información proveída por la ciencia de punta de –precisamente– ese sistema, no significa nada para nuestros líderes políticos y nuestra sociedad?”.
Su protesta encontró eco en millones de personas. Greta ha hablado no solo en protestas y manifestaciones, sino también en el Parlamento Europeo, en el Foro Económico Mundial, en el Palacio de Westminster, en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, entre otros.
Su llamado de atención es contundente; sus palabras, duras. Ha cuestionado la vaguedad del discurso sobre la crisis ecológica: “(Ustedes) no son lo suficientemente maduros para decir las cosas como son; incluso esa carga se la dejan a sus hijos”. A los políticos los urge a abrir los ojos para que se enfoquen en lo que se tiene que hacer, en lugar de escudarse en lo que consideran “políticamente posible”. A los empresarios los reta a que se hagan del lado correcto de la historia, a dejar de pensar que lo único importante es amasar enormes cantidades de dinero.
“Yo no quiero su esperanza”
La lucidez, la inteligencia y los conocimientos de Greta son admirables. Ha faltado unos días al colegio, pero en su rol de activista ha aprendido mucho más. Es consciente de que, contrario a lo que dicen los conformistas, no “vamos por buen camino”. Sabe que hemos creado maravillas, pero reconoce que vamos hacia un abismo. Y quizás lo más importante: ve en el ser humano el potencial de hacer las cosas bien e identifica las oportunidades que hay para corregir el rumbo. Ve esperanza, pero rechaza aquella hecha solo de palabras. Reclama una esperanza basada en acciones reales: “Los adultos siguen diciendo ‘debemos darles esperanza a los jóvenes’. Pero yo no quiero su esperanza (…) Quiero que actúen como se actúa en una crisis, como si nuestra casa estuviera en llamas… porque lo está”.
Parece que, por fin, algo verdaderamente grande ocurre. Greta es una de las protagonistas de este despertar. Se ha rodeado de científicos que le ayudan a explicar la gravedad del asunto. Y de jóvenes que quieren ver el futuro con entusiasmo, no con miedo. Y se ha rodeado de adultos de todas las edades que reconocen que, si quieren mirar a sus hijos o a sus nietos a los ojos y decirles –sin sentirse hipócritas– que los aman, deben empezar a cambiar ya mismo para contribuir a la creación de sociedades sostenibles. ¿Nos sumamos?