Estamos en proceso de civilización: venimos de no darle al peatón casi ningún derecho. Y nos dirigimos hacia un punto en que sus derechos sean superiores a los de los conductores.
Ya no recuerdo dónde la encontré, pero mi definición favorita de civilización es “el proceso por el cual las opiniones de las minorías se van volviendo las opiniones de la mayoría”.
Se refiere a que las ideas que hacen avanzar el mundo comienzan siendo de unos pocos, pero a medida que pasa el tiempo más y más gente las va entendiendo, aceptando e incluso adoptando y defendiendo como propias.
Es decir, con el tiempo las mayorías comprenden y aceptan que no necesariamente deben ejercer su poder numérico para prevalecer. O que si un grupo es más fuerte que el otro, su poder es mayor y más legítimo dejando prosperar al débil antes que aplastándolo.
Ser civilizado se trata de permitir derechos y opiniones diferentes, incluso opuestas a las propias, sin recurrir al fácil y poco inteligente expediente de humillarlas.
En Medellín estamos avanzando, ya aquí con frecuencia respetamos los derechos de numerosas minorías o grupos débiles. Incluso a los peatones. Aunque aún persiste un grupo grande que ignora las cebras. O que no las ve. O se hace. Las invaden, pisoteando -literalmente- el derecho de los peatones a su espacio en la vía pública.
Pero es que estamos en pleno proceso de civilización: venimos de muy atrás, de no darles casi ningún derecho. Y nos dirigimos -esa es la idea, al menos- hacia un punto en que sus derechos sean superiores aun a los de los conductores.
El peatón no existía, casi no teníamos aceras. Hoy, por fin, tenemos unas muy apropiadas en buena parte de El Poblado. Y en ciertos puntos ya hay semáforos con fases peatonales. Y cebras grandes y visibles, incluso conductores que procuran no quedarse detenidos sobre ellas.
Pero podríamos hacer las cosas mucho mejor: es que las rayas se despintan tras la primera temporada de lluvias. Y si ponemos estoperoles o reflectores, tras dos meses solo queda el recuerdo. El avance se pierde.
Entonces, como ya se ve en otras ciudades, debajo de las cebras podríamos pintar de rojo el pavimento, de modo que sea mucho más visible que hoy. Es decir, rayas blancas sobre fondo rojo.
Porque las rayas blancas sobre el pavimento gris no se destacan mucho. Y el color amarillo ya se ha vuelto paisaje, cualquier señal, cualquier resalto en el piso tiene ese color. Pero el rojo tiene otra connotación. Sobresale mucho más.
El mensaje es claro: en estas vías con cruces pintados de rojo será el peatón el que tenga la prioridad. El conductor ya no. Tiene que reducir al mínimo su velocidad o detenerse.
Pasar de la ley del más fuerte a la civilización exige mucha creatividad y, por qué no, ¡colores!