Estas y otras taras nos están enfermando. Comer saludable también es cultura, educación, medio ambiente y buenas políticas alimentarias.
Hoy estamos enfrentando una epidemia de salud pública global. Se estiman unos 50 millones de niños menores de cinco años con serios problemas de obesidad. Cada año 1.7 millones de niños mueren a causa de un entorno enfermo y hoy se espera la primera generación con expectativa de vida menor a la de sus padres.
En nuestro país la situación es similar: 56% de los adultos y 26% de los escolares son obesos; uno de cada diez niños consumen suficientes frutas y verduras; 74% de escolares consumen una o más veces al día bebidas azucaradas; no tenemos impuestos saludables ni políticas claras en torno a la publicidad de productos ultraprocesados dirigidos a menores de edad. Hasta en Estados Unidos hay regulaciones para vender a menores de edad los huevos de chocolate que traen un muñequito adentro.
Comer saludable no se trata de solo buena comida, también es cultura, educación, medio ambiente y buenas políticas alimentarias. ¿De qué sirven unas almendras ricas en grasas buenas si esto le cuesta al ambiente toneladas de contaminación e incremento de la temperatura global? ¿De qué sirve llevar fruta a casa si lo que hacemos es agregarle azúcar, licuarla, colarla, sacarle toda la fibra y darla en forma de jugo que es básicamente fructosa suelta: va directo al hígado, genera picos de insulina, produce triglicéridos y engaña al cuerpo de tener hambre todo el tiempo?
La semana pasada estuve en la socialización del plan de seguridad alimentaria y nutricional para el departamento de Antioquia por los próximos doce años. Allí conocí a FIAN Colombia, una organización en pro del derecho a la correcta alimentación y que presentó una serie de documentos donde se hacía una reflexión sobre las actuales políticas. En especial me llamó la atención algo llamado Minuta Patrón, una guía que el gobierno entrega a instituciones educativas para darles de comer a los niños: ponqué, leche saborizada, brownie, croissant, dona, chocolatina, leche condensada, arequipe, manjar blanco, son algunos de los alimentos que sugiere.
El desafío que tenemos va más allá del que “no nos guste el brócoli”. Tenemos una serie de creencias arcaicas que van en contravía de la alimentación saludable y no hay políticas correctas. Es más, con estas guías se están violando los instrumentos internacionales de Derechos Humanos, específicamente el Derecho humano a la alimentación y nutrición adecuadas de niñas, niños y adolescentes.
La próxima vez que vaya a darle leche deslactosada a un niño para que sus huesos crezcan sanos y fuertes, piénselo dos veces, lea sobre medicina funcional y no coma cuento.