Respeto, tolerancia, solidaridad, cuidado… valores que se intentan forjar en las aulas, pueden perderse si el espíritu de la ciudad es agresivo, intolerante, individualista y egoísta.
Una de las más grandes ventajas de trabajar en una universidad es poder escuchar palabras tan sabias y necesarias como las que entregó Joan Manuel del Pozo (profesor de Filosofía de la Universidad de Girona y exministro de educación de España) en la Universidad Eafit.
La charla, titulada Educación, ciudad educadora y cultura ciudadana, comenzó con una hermosa definición de educación de Eduard Spranger, según la cual “educar es transferir a otro, con abnegado amor, la resolución de desarrollar de dentro hacia fuera toda su capacidad de recibir y forjar valores”.
De todos los aspectos que hay que mejorar en la educación, quizá el más esencial sea el de entender el acto de educar como una acción de amor pedagógico, en donde se valora a la persona y se estiman sus posibilidades. Sin esa emoción, no se alcanzará una educación plena que, en sus palabras, “está asociada a esa condición absolutamente irrenunciable que tenemos todas las personas: que somos seres profundamente emocionales”.
Otro punto fundamental que señaló fue la urgencia de impulsar que las cuestiones vividas en las ciudades (cuestiones de la sociedad) se asimilen en las instituciones educativas. Esto se puede traducir en que los asuntos teóricos que se tratan en la academia no pueden estar desconectados de la realidad práctica del entorno. Las paredes de las instituciones educativas deben ser “porosas”.
Y no se detuvo ahí: además del necesario trabajo que las instituciones educativas deben hacer para garantizar que cultivan valores que mejoren la sociedad, mencionó que es apremiante garantizar que la ciudad genere un ambiente que, en lugar de destruir, fomente esos valores que se pretenden cultivar en las instituciones educativas.
La educación no se limita al colegio o la universidad: las personas somos educables a lo largo y ancho de nuestras vidas y la sociedad debe comprender que el respeto, la tolerancia, la solidaridad, el cuidado y demás valores que se intentan forjar, pueden perderse en segundos si el espíritu de la ciudad es agresivo, intolerante, individualista y egoísta.
Las generaciones futuras y una vida digna
En el discurso de Joan Manuel del Pozo pude reconocer elementos poderosos para promover la Educación para el Desarrollo Sostenible, tema que me apasiona. Por eso me sentí agradecido por sus mensajes profundos, contundentes e inspiradores.
También sentí frustración. ¿Cómo es posible que no hubiera hecho alusión a la urgencia de educar también para proteger el medio ambiente? Si el propósito de la ciudad educadora es que más allá de las paredes de las instituciones la ciudad promueva una convivencia armónica entre las personas, ¿cómo no esperar también que se fomente una relación armónica con la naturaleza?
Para no quedarme con el sabor amargo, pregunté ¿cuál cree que es el rol de la educación en la promoción de una mejor relación entre los seres humanos y su medio ambiente? Me respondió: la gran injusticia del mundo actual no es que se estén colonizando otras tierras, despojando a sus habitantes de los recursos que les pertenecen; hoy se está colonizando el tiempo, robándoles a las generaciones futuras sus recursos y las posibilidades de vivir dignamente.
La educación, entonces, debe combatir “nuestro presentismo obsesivo, consumista y con muy poco sentido del medio ambiente”, pues “están poniendo energías del futuro al servicio de un presente que queremos vivir intensamente”.
Quedé tranquilo al ver que, en su opinión, la sensibilidad por el cuidado del medio ambiente debe también incorporarse en las instituciones educativas y difundirse por toda la ciudad.