Nos limitamos a comprar e ingerir sin preguntarnos el origen; si ha sido fumigado o no; y, para el caso de las carnes, ¿cómo fue el sacrificio? o ¿cuánto tiempo llevan congeladas?
Ya casi a un mes de haber entrado en un nuevo año, que comienza lleno de propósitos, unos muy firmes, algunos que podrán desvanecerse, otros que se transformarán, hay uno que deseo cumplir lo más que pueda y que espero transmitir: generar más consciencia sobre cómo y con qué nos alimentamos.
Llegamos a un punto en donde lo “normal” es comprar, en su mayoría, alimentos que provienen de grandes industrias donde todo tiene una marca y está empacado. Si revisamos nuestras despensas, casi todo viene en un empaque de plástico, pet, cartón o poliestireno.
¿Qué nos pasó? Que por facilidad, por mercadeo y por hacer de nosotros unos compradores compulsivos, las grandes industrias nos engancharon haciéndonos creer que necesitamos de todo eso para vivir bien. Empaques llamativos, promociones 2×1 y la promesa de que todo esto nos hará la vida mejor. Y la verdad es que sí es muy práctico, pero ¿somos conscientes de cuánto daño hacemos al planeta? ¿Conocemos las buenas prácticas para que estos empaques tengan el menor impacto en La Tierra? ¿Conocemos de donde provienen los alimentos que consumimos a diario?
Nos limitamos a comprar e ingerir sin preguntarnos el origen; si ha sido fumigado o no; y, para el caso de las carnes, ¿cómo fue el sacrificio? ¿cuánto tiempo llevan congeladas? ¿Es necesario que lleve tal empaque?
La invitación es a reconocer qué les estamos brindando a nuestros cuerpos, a estas máquinas perfectas que necesitan una buena alimentación para operar en las mejores condiciones.
Lo interesante es que ya tenemos muchos lugares donde podemos adquirir productos orgánicos, que nos brindan trazabilidad, que nos permiten llevar nuestros envases para reutilizar, que nos invitan a usar bolsas de materiales durables, reciclables y de poco impacto sobre el medio ambiente y así poco a poco ir generando la consciencia.
Tenemos también la posibilidad de encontrar productos increíbles que si bien se cultivaban, no eran conocidos ni populares. Sobre todo para nosotros, los cocineros, es una dicha: vegetales de otras latitudes, que antes era impensable tener; criaderos de gallinas de campo, que se alimentan sin estimulantes hormonales y tanto las carnes como los huevos saben a lo que deberían saber; mercados campesinos, donde podemos apoyar a nuestros productores locales.
Otras acciones necesarias son colaborar con el correcto uso de las basuras. Tengamos al menos tres canecas en casa: una para desechos de origen biológico, tales como vegetales y residuos de alimentos; otra para desechos reciclables, tales como plásticos y cartones limpios de desechos orgánicos; y una última para los desechos ordinarios.
No usemos pitillos, ni siquiera los de papel. Para eso se requieren árboles y sin un proceso adecuado de compostaje no habrá valido de nada haberlos usado.
Pensemos que poco a poco podemos ir cambiando cosas sencillas que tendrán un gran impacto.
Cada día a la vez. Reconoce de dónde vienen tus alimentos. Revisa cómo los manipulas y si las cocciones son las adecuadas. Disfrútalos en calma y saboreando cada bocado.
Aliméntate conscientemente.