Los días libres y el fin de año: así los vivió Posada. Así los recuerda. Días de trompo y pesca, de chucherías, de paseos por carretera.
Por: Juan C. Posada S.
A mediados del siglo pasado las vacaciones de los colegios eran de quince días en mitad del año y de hasta tres meses de noviembre a enero. Por esto asociamos la palabra “vacaciones” con Navidad.
Podíamos ir a “temperar” a las fincas alejadas de la ciudad, por carreteras destapadas donde se veían arrieros, jinetes, recuas de reses, “escaleras”. No faltaban las varadas, los carros recalentados, la cambiada de llanta, y demás peripecias para llegar al lugar donde pasaríamos la temporada.
Los domingos bajábamos a misa al pueblo, se empezaban a sentir la Navidad, la música parrandera, las fiestas y los alumbrados; los almacenes y las tiendas decorados con luces de colores, donde nos compraban velitas con coco, gaucho, crispetas prensadas con almíbar rojo, sabores Coro y demás chucherías que echábamos en una chuspa de papel, para guardarlas el resto de la semana.
También se aprovechaba la bajada al pueblo para las compras del mercado en la plaza, donde además se conseguían yesqueros, papel de globo, alambre de candileja, hilos, carnada para pescar sabaletas, anzuelos, nylon, caucho de cauchera, trompos y pita, mecha para encender la pólvora, cabuya, pilas Eveready rojas para el transistor y muchos antojos para el 24 y el 31.
Sin duda alguna somos muy parranderos, bebemos porque sí o porque no, pero lo más bonito de todo, es compartir con los amigos, familiares y con aquellos que vienen desde lejos.