Ha dejado de ser habitual que aparezcan obras de arte en el espacio público. Esta estructura, a la vista en One Plaza, es la invitación para abrir imaginación, sentimientos y razón.
Hace algunas décadas, cuando existía la obligación legal de dotar los edificios con obras de arte, nos acostumbramos a una multitud de esculturas urbanas que, sin que fuéramos conscientes de ello, hicieron de Medellín un caso excepcional, incluso a nivel mundial. En la actualidad, las esculturas surgen por decisiones puntuales, como la de Sura en el edificio One Plaza, que posibilita el surgimiento de una obra de arte como nuevo habitante de la ciudad.
El nido, de Ricardo Cárdenas, es una estructura en acero inoxidable que no pasa inadvertida con sus 6,25 metros de altura y 6 metros de lado. Pero, más que por su tamaño, la obra se impone como una especie de dibujo concéntrico y obsesivo que, a pesar del caos aparente, crea una imagen familiar, que invita a la participación de los transeúntes.
Quizá la estrategia fundamental de Ricardo Cárdenas en todo su trabajo escultórico pasa por la comprensión de que no se trata de representar los elementos de la realidad sino, más bien, de analizar su sentido. Con frecuencia, la mera representación queda atrapada en un juego de identidades que solo nos permite conocer “de otra manera” lo que ya conocemos directamente. Por el contrario, cuando el artista centra su interés en la búsqueda del sentido, la obra se convierte en un espacio abierto a la reflexión antropológica, histórica, cultural; una verdad polivalente, siempre abierta a nuevas miradas. No estamos ante la representación de un nido sino frente a la invitación de abrir imaginación, sentimientos y razón para considerar lo que esa realidad puede significar en nuestras vidas.
El nido es una escultura extraña que no solo se presenta como un volumen en medio de la plazoleta sino que, adicionalmente, genera un vacío, un espacio público abierto, que invita a ser ocupado; es fácil imaginar que muchos transeúntes entrarán en la escultura para tomarse fotos que luego ocuparán sus redes sociales.
Pero lo más interesante será preguntarse por qué lo ocupan y, de esa manera, comparten su sentido. Y quizá podrá responderse que, sin que las personas que entran en ella lo racionalicen, la obra de Ricardo Cárdenas hace patente una experiencia ancestral, que se remite a las fuentes originarias de lo humano. De manera simbólica, El nido nos permite regresar a la seguridad del seno materno y a partir de allí compartir con todos los seres vivos la riqueza de lo real.
Entrar al nido es regresar al centro del mundo, al lugar de donde venimos y donde todo tiene sentido. Porque el nido es al mismo tiempo la cuna, la casa, la educación; el pasado, el presente y el futuro.
En momentos en los cuales todo parece desintegrarse a nuestro alrededor, cuando se afirma reiteradamente que no hay un horizonte al que podamos aspirar, nos queda siempre la esperanza de la seguridad de la casa, la memoria del nido originario y el mito de la felicidad absoluta.