Gracias Julio, febrero eterno, tesoros del mar y Doña Anita
Gracias Julio. Como dice Álvaro Navarro: “los buenos se van”
A pesar de ser el más corto, febrero es eterno para la mayoría de los restaurantes en donde espantan gran parte del mes y la velita prendida en la cocina llamando clientes como que apenas funciona hacia los fines de semana. Grave el caso de Llanogrande, en donde muchos negocios se encuentran bastante preocupados pues sus ventas de fin de semana no les cuadran para los gastos cada vez mayores. Tanto en el oriente como en nuestra ciudad, se viene una avalancha inminente de cierre de negocios, aun de varios de esos que empezaron con la arrogancia de alcanzar la gloria por estar llenos al arranque; pero es que nada más peligroso que una ciudad donde las modas cambian continua e inusitadamente y cuando menos se piensa, aquel que fuera por días famoso, baja la cabeza y se para en la puerta del restaurante a esperar los clientes mientras adentro el personal oye radio y habla por celular atento a que les avisen cuándo les van a pagar la quincena pasada. Cada día me convenzo más de que el negocio de los restaurantes no es como lo pintan las revistas con los chef empelota rodeados de modelos; más bien es un negocio de cortadas, trasnochadas, quemaduras, divorcios, sobregiros y tristemente célebre por la competencia desleal y descarada que no lo puede ver progresar y no duerme pensando en cómo acabar con usted. Algunos muy imaginativos, como uno que me espanta, que cree que porque Doña Rosa y La Provincia se mantienen llenos, una fusión de los dos va a ser buen negocio y a mi como que ahí si me va a dar algo. Febrero siempre será duro porque la gente está sin plata, sin ánimo y a dieta después del fin de año tan agitado, así que mejor el febrero del año entrante se va de pesca a Puerto Carreño en el Vichada y se olvida por un rato del banco.
Con Tulio de Gatrosophía fuimos a visitar el restaurante Buena Mar y quedé descrestado con la exquisitez de sabores, aromas, atención amable y un local tan divertido como su dueño, Juan Carlos Uribe, entre sabio y bohemio, por supuesto medio loco, sibarita, hippie, sanador, pescador y cocinero sin igual, con varias historias dignas de las mil y una noches en su versión colombiana. Estos restaurantes tan auténticos son nuestro real patrimonio gastronómico paisa; al igual que en muchos países, la Alcaldía debería diseñar una insignia para que los turistas reconozcan los sitios que como este, son orgullo de nuestra cultura.
Otro que me encantó fue Mangle, por Vizcaya, en donde probé por primera vez la piangua y entendí por qué es reconocida como uno de nuestros mayores tesoros culinarios. El atún que se comió mi señora estaba tan rico que yo, que poco pescado como, le robé varias veces. Estoy seguro de que les ve a ir muy bien además porque la atención es excelente.
La gran diferencia entre Medellín y Bogotá es mediática, porque si el reconocimiento que le hicieron a Anita Botero hubiera sido en la capital, ya le hubieran puesto la Cruz de Boyacá, tendría varios shows de televisión, sería amiga del padre Chucho, comería frisoles donde Ivonne Nicholls, se tutearía con Julio W, Yo José Gabriel y Marbelle, hubiera sido portada de Cromos y Semana, tendría a Fernán Martínez de representante y hablaría tres veces al día con Daniel Samper sobre la posibilidad de ser la modelo del mes de Soho… y no es para menos; por eso a ella, a la gente de La Cafeterie, a sus dos hijos que tienen que estar orgullosísimos y a Daniel, mí asesor espiritual, mis respetos. Por ese lado sí voy creyendo en el tal boom, sí señor.
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