Entre más votos y más puntos aprobados se consigan este domingo 26 en la Consulta Anticorrupción, más fuerte será el mensaje que se envíe y más grande será el paso que se dé hacia una sociedad más justa.
Entre todas las personas a las que les he preguntado si consideran que la justicia es importante, no he encontrado la primera que diga que no. El resultado no es sorprendente: la pregunta apela a una sensatez casi que intuitiva, pues los seres humanos, desde pequeños, desarrollamos un fuerte sentido de lo justo y lo injusto.
Amartya Sen da inicio a su libro La idea de la justicia con esta frase (tomada de Dickens): “En el pequeño mundo en el cual los niños viven su existencia, no hay nada que se perciba y sienta con tanta agudeza como la injusticia”. La definición (y más aún, el alcance) de un mundo justo es una tarea utópica. Sin embargo, como también lo señala Sen, hay que reconocer que, aunque no podamos lograr esa definición, tanto a los niños como a los adultos nos resulta indignante la existencia de injusticias remediables. Y siempre existirá el deseo de eliminarlas.
Sin pretender una definición universal, la justicia tiene que ver con un modo de distribución (y por ende es un asunto incrustado en el corazón de la economía, que debe ser distributiva por diseño). Distribución de cargas y de beneficios -de cualquier índole- y de manera no arbitraria. La naturaleza, por ejemplo, hace contribuciones que son necesarias para soportar y dignificar la vida (lo que se ha llamado “servicios ecosistémicos”) y eso cuenta como un beneficio al que todos debemos tener acceso en alguna medida: el aire, el agua, los alimentos. Y para acceder a esos beneficios se necesita un esfuerzo (cultivar, cosechar, transportar): aparece una carga.
Difícilmente encontraremos a alguien incapaz de reconocer que una sociedad en la que solo algunos individuos estén obligados a “trabajar la tierra”, mientras que otros llenan sus barrigas y acumulan más y más sin mover un dedo, sería una sociedad injusta. Y lo mismo tendría que ocurrir con una sociedad -parecida a la actual- que derroche los recursos naturales de hoy dejando sin nada a las generaciones del mañana. Pero no se trata solo de que la distribución de aquello que es tangible no sea arbitraria. Se requiere justicia en el acceso (en el presente y en el futuro) a un trabajo y a un salario, a la salud, a la educación, a la paz, a la participación.
Corrupción que deshumaniza
Si hay algo que obstaculice la transición hacia una sociedad sostenible, es la presencia de grandes injusticias. Y si hay algo que les favorece es la corrupción: el uso indebido del poder para acumular más beneficios o asumir menos cargas. La corrupción deshumaniza. Hiere y desangra el ideal de una sociedad solidaria en la que cada persona se dedica al cuidado de sí misma y de quienes la rodean (incluyendo los ecosistemas). La corrupción impide que se satisfagan de manera equitativa las necesidades presentes y, además, compromete la habilidad de las generaciones futuras de satisfacer sus necesidades.
Este domingo 26 de agosto, tendremos una bonita oportunidad para alzar la voz y decir “¡no más corrupción!”. Es claro que este fenómeno no se eliminará de un tajo, pues las causas fundamentales de la corrupción en nuestro país son raíces de una profundidad histórica y cultural tremenda.
No existirá una Colombia perfectamente justa. Y la Consulta Popular Anticorrupción, por sí sola, no salvará al país. Sin embargo, entre más votos y más puntos aprobados se consigan, más fuerte será el mensaje que se envíe y más grande será el paso que se dé hacia una sociedad más justa.