Tantas horas-hombre tiradas a la basura, tanto tiempo consumido en discusiones inanes y búsqueda del mejor emoji, tanta capacidad intelectual desperdiciada en aplaudir o discutir sandeces…
Cómo hemos avanzado hacia adelante en años recientes… y, al mismo tiempo, cómo hemos avanzado hacia atrás.
En el sentido tecnológico el punto en el que estamos era imposible de imaginar hace pocos años. Por eso es interesante el futuro, resulta diferente de todo lo que pensábamos. Ya todo se puede saber, todo es instantáneo, ya todo queda registrado en audio o video y ya podemos -o casi, debemos- saber de todo sobre todos.
En otro sentido, en el intelectual, parecemos ir en la dirección contraria. Es tal la sobrecarga de información que para la mayoría ya no es posible -ni deseable, ni necesario- profundizar y aprender. El interés en encontrar la verdad también desaparece.
Información que en su mayoría es irrelevante o sesgada o redundante o morbosa o tenuemente disfrazada de verdad. Ávida de caer en mentes ávidas de no tener que cuestionarse y de seguir manteniendo sus posiciones.
Posiciones que la mayoría aparenta tener muy claras sobre asuntos críticos (política, religión, moralidad…), y que a través de la mensajería instantánea se van confirmando y volviendo más inflexibles. Y con facilidad, más extremas.
Porque en redes sociales se sigue solo a quienes piensan igual, casi nunca a los que tienen una posición crítica frente a la propia. Y, por lo general, los más extremos son los más persuasivos, tal vez porque están todo el tiempo insistiendo en sus puntos, tal vez porque gritan más o porque divulgan información más escandalosa.
Por supuesto, muy poca gente tiene la información básica o la cultura general suficiente para no dejarse enredar por sus propios aliados o copartidarios. Todos los temas son muy complejos y su entendimiento es muy superficial, pero eso no obsta. Al revés, no saber mayor cosa sobre algo impulsa a la gente a opinar con mayor vehemencia.
A muchos parece que les gustara presumir de su ignorancia.
Tantas horas-hombre tiradas a la basura, tanto tiempo consumido en discusiones inanes, reenvíos y búsqueda del mejor emoji, tanta capacidad intelectual desperdiciada en aplaudir o discutir sandeces -la mitad de ellas noticias falsas- sobre temas que creemos dominar, pero que conocemos tan poco…
La ilusión de que, porque alguien que uno conoce o admira lo afirma en sus redes sociales, algún hecho es verdadero, hace innecesario para muchos escuchar otras opiniones. Convencer a alguien con hechos y cifras de que está equivocado -o de que su verdad es incompleta- es caso perdido. No prestará atención.
Cada vez más gente se vuelve inmune a la evidencia y está preparada para usar cualquier argumento, falaz o no, con tal de ganar una discusión. Y con frecuencia este “ganar” no es un verdadero triunfo, mucho más importante es que el adversario pierda. Dejarlo callado.
Según todos los estudios y mediciones, uno de los motivos centrales por los que la economía colombiana no despega de manera definitiva es su ancestral baja productividad. Pero parecemos avanzar exactamente en la dirección contraria.
¿Dónde estaba todo ese tiempo, qué hacíamos antes de que existieran WhatsApp o Instagram? ¿Algún día lo recuperaremos?