Uno de los territorios más fértiles de Colombia, ha sido a la vez de los que más ha sufrido con la violencia. Poco a poco los labriegos regresan y sacan el mejor provecho de sus parcelas.
Por: Claudia Arias / [email protected]
Fríjol rojo cuarentano, tofu asado, lenteja tostada, rúgula y guacamole, había visto la descripción de la ensalada en la carta de Crepes & Waffles antes, pero no le presté mucha atención. Un mes después, al ojear de nuevo el extenso menú, mi mirada cambió: “Ensalada Montes de María”, y luego la misma descripción que había pasado de largo; en esta ocasión el clic fue inmediato.
El cuerpo nos pide cosas distintas cada día, pero entre ambas visitas hubo algo más fuerte que me llevó a mirar la ensalada con otros ojos y a decidirme a probarla, a principios de este año estuve en la vereda Raiceros de San Juan Nepomuceno, uno de los 15 municipios que forman parte de los Montes de María. De la mano de Wilmar Andrade, líder campesino de la región, conocí una porción mínima de esta fértil tierra, tan golpeada por la violencia, me contó cómo entre los clientes de Asoagro –asociación campesina a la que pertenece– está Crepes & Waffles, a cuyos restaurantes de Cartagena envían albahaca, limonaria, aguacate y mango, además de frijol rojo cuarentano, que al ser un producto menos perecedero también llega a Bogotá y Medellín, justo a mi ensalada.
“Del campo a la mesa”, aquella manida frase que es hoy un fuerte argumento de venta en supermercados y restaurantes, tuvo sentido más que nunca ese día, recordé los 12 kilómetros de trocha que separan a Raiceros de San Juan Nepomuceno y la hora larga que demoramos para recorrerlos en la camioneta 4 x 2 de Fercho, en la que viajamos desde Cartagena. Molida tras los brincos de la “carretera”, agradecí como nunca llegar a la parcela de Julio, padre de Wilmar; imaginé hacer este camino varias veces a la semana en moto, bestia, a pie; y entendí parte de la ruta que hacen los fríjoles –y sus productores– hasta llegar a la ensalada de Crepes & Waffles.
Un viaje a la conciencia
Salimos de Cartagena antes de las 7 a.m. a tomar la variante Mamonal – Gambote. Inevitable ver estas tierras y no recordar cuánta sangre se ha derramado en este país por ellas, justo iba hacia los Montes de María con el deseo de conocer un pedacito de este territorio de 2.677 kilómetros cuadrados entre Bolívar y Córdoba.
Quería observar sus guácimos, sus matarratones, sus guacamayos y conocer el árbol del ñame. Vimos el Canal del Dique y cruzamos Sincerín, Cruz del Viso, Malanga, San Cayetano, Carreto y finalmente San Juan Nepomuceno, a donde nos esperaba Wílmar.
En la parcela en Raiceros nos espera Julio, hermano de Wílmar y quien trabaja allí de la mano de su padre; son 10 hectáreas que recibieron del Estado hace una década y están rodeados de nueve familias que tuvieron igual beneficio. Si bien el acceso aún es difícil por el mal estado de la carretera, han sido muchos los cambios positivos.
Así lo resume Wílmar: “antes de que naciera Asoagro en 2004 estábamos en la vereda El Páramo, trabajábamos mi papá, Julio y yo; luego, por medio de la asociación, con el Incoder, conseguimos unos créditos, y con ellos nos adjudicaron los predios en la vereda Raiceros, donde empezamos a trabajar en proyectos productivos que nos han mejorado la calidad de vida. Antes pasábamos todo el tiempo en el monte y no teníamos relación con entidades del Estado o empresas privadas, pero por medio de Asoagro hemos creado redes para dar a conocer nuestro trabajo; además ahora recibimos capacitación constante, y ya cualquiera de los asociados habla con el alcalde, con el gobernador, con quien sea necesario”.
Todo ha llegado de la mano de la seguridad que ha retornado a la zona, si bien el trabajo ha sido arduo porque tuvieron que empezar en las parcelas desde cero.
Wílmar me enseña las matas de moringa alrededor de su predio que sirven como barrera para mantener a raya algunos animales, al igual que árboles frutales –cítricos, mangos y otros–, que además mantienen disponibles para el consumo.
También hay aromáticas y otras hierbas, pues, uno de los logros de este proceso ha sido la diversificación del uso de sus tierras. Al igual que otros asociados, se han formado como técnicos apícolas y hay quienes tienen cerdos y otros animales.
Ensayo – error
Un ñame -uno de los productos más representativos de los Montes de María- de 15 kilos parecería el sueño de cualquier agricultor, pero si no hay quién se coma esa cantidad ni cómo venderla, es más bien una pesadilla. En Asoagro han logrado un mayor conocimiento del producto para comercializarlo mejor.
Cuenta Wílmar que con el apoyo de la corporación PBA, “empezamos a experimentar en núcleos de investigación participativa; iban agrónomos y uníamos su conocimiento al que teníamos en la región. El ñame, entre más grande salía, lo veíamos mejor, pero cuando se iba a vender, la gente buscaba el pequeño. Intentamos reducir el tamaño de la semilla y no funcionó, hasta que, ensayo – error, pasamos a mermar la distancia entre plantas y conseguir el tamaño deseado”.
Lo siguiente fue explorar aliados comerciales, así llegó C.I. Tropical, empresa de Sincelejo que lo exporta a Estados Unidos, lo cual garantiza a los 180 asociados que su producción no se desperdicie. Para estar aún más cubiertos, lo que no vendan se aprovecha en harina de ñame y tienen convenio con panaderías de San Juan Nepomuceno para que preparen las famosas galletas María Luisa.
El entorno
Mientras caminamos por algunas de las parcelas, Wílmar, que ha pasado la mayoría de sus 39 años en San Juan Nepomuceno, me cuenta que su trabajo no termina en el predio. Hay que cuidar el entorno, por eso se unen a proyectos ambientales y buscan también el rescate de semillas criollas. Hace cuatro años trabaja con la Fundación Herencia Ambiental Caribe que, junto con Parques Nacionales, mejora el ecosistema del Santuario de Flora y Fauna Los Colorados, mil hectáreas de gran biodiversidad: “En la parte alta hay parches de bosque bien conservados, pero aislados del parque, entonces estamos haciendo unos corredores para los animales. En las veredas aledañas hay especies en vía de extinción como el tití, la marimonda y la pava congona, que se benefician al poder desplazarse libremente”.
También están en el proceso de sembrar árboles nativos, como el campano o samán, con el doble objetivo de recuperar las fuentes de agua y de beneficiar al ganado.
Llegamos al predio Ya pa’ qué, de Manuel Alvis, quien le puso este nombre pues llevaba tantos años esperando una tierra, que cuando al fin se la asignaron se sentía cansado y mayor y esta fue su respuesta. No obstante, la recibió y la ha trabajado junto a su hijo Jaime y uno de sus nietos. Hoy recogen los frutos.
Sus parcelas también fueron dotadas de tanques de agua y ellos tienen lago con peces comestibles, de manera que la dieta es bastante más variada y ya no hay que llevar todo de San Juan.
Es hora de regresar a lo de los Andrade, donde nos espera José Tapia, cocinero y tesorero de Asoagro, con un mote de ñame y limonada. “Yo no echo azadón”, bromeo con José, pidiéndole que le merme a mi porción, pues no requiero tantas calorías como estos hombres que trabajan de sol a sol para sacar los fríjoles rojos cuarentanos.
El cielo se ha nublado más y debemos emprender el viaje de vuelta antes de que llueva. José regresa con nosotros, echamos un gran gajo de guineos en el volco y estamos listos,
Fercho y yo seguimos escuchando sus historias, entre ellas la de cómo un día al municipio de María la Baja llegó la fiebre de la palma africana, cómo esta empezó a desplazar los cultivos tradicionales y cómo se arruinaron muchas tierras. “A nosotros vinieron a ofrecernos sembrar caucho, pero conocemos bien nuestras tierras, sabemos para qué sirven, los ciclos y demás, así que no aceptamos. Con el billete no se come”, sentencia Wílmar.