Con o sin sede física, dentro o fuera del horario, los espacios dedicados a la exhibición y venta de arte hoy tienen diversas modalidades para operar.
Por Claudia Arias
[email protected]
“¿Esto tan elegante sí es para gente normal como uno?”, “¿Aquí se puede entrar sin pagar?”. Estas son dos de las preguntas a las cuales se enfrentó Liliana Hernández, artista plástica y galerista, mientras tuvo abierto Plecto espacio de arte contemporáneo en el barrio Conquistadores. Sus vecinos, acostumbrados a convivir con otros residentes, oficinas de sectores más “tradicionales”, tiendas y otros negocios, veían con extrañeza este lugar dedicado a la estética.
Tras culminar las actividades del primer semestre, y después de seis años de tener su galería física, Liliana decidió tomarse un sabático e irse a Greenville, Carolina del Sur, donde vivió muchos años y donde, justamente, inició sus labores como galerista. Hoy, que cierra la sede física de Plecto, explica que la galería en sí no termina, la marca continúa promoviendo artistas, participando en ferias y operando eventos temporales sin fronteras geográficas.
Y es que de hecho la labor de estos espacios de arte trasciende el contenedor en el que operan –si lo tienen porque muchas lo hacen solo desde la virtualidad–. “La naturaleza de las galerías es diferente a la de los museos, los cuales tienen un horario establecido y están abiertos sí o sí; en las galerías, por su parte, hay al menos dos maneras, las más corrientes: abiertas al público o con cita previa, aunque lo que suele haber es una combinación de ambas cosas, porque si uno no abre algún día, pero llama una persona que quiere visitar una exposición, obviamente se le recibe”, aclara Liliana.
José David López de la galería José Amar, que funciona desde 2009, inicialmente virtual y hoy itinerante, cuenta que en estos años muchas personas le han preguntado por qué no abre una sede, pero él siente que su manera de operar es más eficiente en un mercado aún tímido como el de Medellín. “El arte en esta ciudad es mucho más barato que en Bogotá, aun así, muchos prefieren irse a comprar allá. Aquí estamos en un momento positivo, pero todavía incipiente, con clientes en proceso de aprendizaje, no es fácil y con una sede con costos fijos es más duro”. No se queja, solo describe el sector.
Con su modelo de virtualidad e itinerante, este amante del arte que dejó el trabajo corporativo para dedicarse a su pasión, representa a más de 10 artistas, para lo cual utiliza estrategias combinadas. “Me ha funcionado muy bien hacer eventos en empresas, con el objetivo de acercar a nuevos públicos; propongo una exposición de una semana con actividades culturales conexas como ciclos de conferencias y visitas guiadas, y ya si hay alguien que quiere comprar, puede hacerlo. También hago muestras temporales en algún espacio determinado, es costoso, pero no hay costos fijos y ahí se puede hacer inauguración que trae buenos visitantes”, anota.
Lo otro, tanto para los que tienen sede permanente, como para los que no, es un trabajo de mercadeo tradicional, si se quiere, que incluye contacto con los clientes vía correo electrónico o teléfono; presencia en redes sociales; asistencia a eventos del sector que los mantenga vigentes; y participación en ferias nacionales e internacionales, entre otras opciones. Así que haya o no haya puerta física que abrir y cerrar, las puertas de las relaciones son un asunto de 24/7 en un sector que es algo más que un negocio.
Virtuales después de medio siglo
Haciendo un sondeo con galeristas aquí y allá, hay consenso en que las galerías son espacios que suelen ser bien concurridos el día de la inauguración y que luego reciben visitantes graneados durante el tiempo que dura la muestra. Esto lo confirma Ana Lucía Mejía, hoy a cargo de la galería familiar con 52 años de historia –los tres últimos operando sin sede física–: “Cuando terminé mi master en mercadeo de arte en España me quedé unos meses trabajando en una galería allá, e incluso en una ciudad como estas con tanto movimiento, era muy poca la gente que entraba, la galería no es un espacio de tráfico alto”, explica.
Así que ahora que está de nuevo en Medellín a cargo de la galería familiar de forma virtual, siente, al igual que José David López, que esta es una manera costo beneficiosa de operar: “Si bien no contamos con un espacio para exposiciones, una buena fotografía y presentación de la obra en Internet –web, redes sociales, mail–, permite difundir el trabajo de los artistas de manera adecuada, más en nuestro caso que estamos muy enfocados en arte moderno con formatos como pintura y escultura, que pueden mostrarse más fácil en fotos, si comparamos con otras manifestaciones como performances o instalaciones”.
Recuerda la distinción de las galerías que se dedican al mercado primario –que obtienen la obra del artista, sin intermediación–, y las enfocadas en el secundario –cuando las obras ya han tenido otro dueño, han sido comercializadas antes–. Ellos trabajan ambos, pero Ana Lucía advierte que hay ciertos artistas que no manejan, por el tipo de obra que hacen, así que ella los refiere a sus colegas: “A veces me llegan artistas que no están en mi foco de trabajo, entonces los remito a galerías como Lokkus, que hacen un gran trabajo en arte contemporáneo; y una galería de este tipo podría, a su vez, remitirme a alguien que llegue con una obra de un artista moderno que quizás no estén interesados ni en exhibir, ni en vender”.
Explica también que cuando no hay una sede, se desarrollan o refuerzan otras estrategias como el crecimiento de las bases de datos, las llamadas a nuevos y antiguos contactos para ofrecer su portafolio y la visita a clientes potenciales. “Es estratégico ir a los espacios de los clientes, porque si bien ellos buscan algo específico, cuando los visitamos conocemos su estilo, las áreas y podemos proponerles otras obras”.
Conversar resulta fundamental en un sector de la economía en el cual no solo se está vendiendo un objeto, sino que se está sensibilizando a una persona para que se acerque al arte, para que le pierda el miedo que le tienen algunos, para que abra la mente. Así que si bien ninguno de los entrevistados descarta tener –por primera vez o de nuevo– una sede física, tampoco es un tema que los desvele; más los desvela acercar el arte, atraer nuevos públicos, mostrarse cercanos, recordarle a la gente, no importa a quien, que sí, que las puertas –físicas o virtuales– están abiertas, que entrar no cuesta dinero y que a eso “tan elegante” sí se puede acceder, porque el único objetivo no es vender.
Jornadas de galería
Es común que las galerías estén agrupadas en una misma zona, con lo cual, en diversas ciudades del mundo, entre ellas Bogotá, sus promotores han optado por hacer jornadas de puertas abiertas que propongan un recorrido a los visitantes, para que al desplazarse a un sector tengan la alternativa de ver más de una exposición. Así hay estrategias como inaugurar las muestras la misma fecha –si el calendario lo permite–, siendo el sábado durante el día una opción que convoca a público de edades diversas; y si no pueden abrir oficialmente la exhibición la misma fecha, al menos procuran elegir un día especial para tener horario extendido y actividades especiales. El objetivo: llevar más público a estos espacios.