/ Santiago Hernández
Hace unos años, Frank Fabra contaba la historia de cómo se tenía que agarrar de lo que fuera para llegar a los entrenamientos, cuando en su natal Nechí las inundaciones convertían las calles del pueblo en imposibles canales de agua. También hablaba de sus duros días en Envigado, cuando el equipo no mantenía mucha plata para sueldos y muchos jóvenes veían mejor la oportunidad de emigrar o hasta retirarse, antes de seguir en el equipo de números apretados; también contaba cuando le inventaron que estaba “gordo” para no ponerlo en el Cali, o cuando entre Nacional y Medellín se pelearon para llevarlo a sus filas. Hoy, en Boca Juniors hace un camino, aún lejos de ser el ídolo que llegó a ser Jorge Bermúdez o Chicho Serna, pero ya con la tranquilidad de poderse olvidar de las correrías por las inundaciones de Nechí.
Al ver la lista de seleccionados, la memoria evoca el cuento de Wilmar Barrios, el pelao que se rebuscaba vendiendo hielo en los buses de Cartagena para poder ir a entrenar; o las historias de Orlando Berrío en el barrio las Palmeras de Cartagena, antes de venir a la pensión de Nacional y dar tumbos por varios equipos antes de consolidarse; o de Davinson Sánchez, que a punta de videos de Youtube aprendió los movimientos de Franco Baresi, cuando quería que su fútbol lo sacaran de esa conflictiva Cauca. Esos son nuestros futbolistas, “pelaos” de carne, hueso y mucho sudor, que hoy navegan en los millones de pesos los que no acceden la mayoría de colombianos, pero que no los hace menos luchadores.
A veces se nos olvida que a los jugadores que tanto les exigimos, esos dueños de nuestros insultos cuando el marcador no es favorable, fueron un ejemplo. Nuestros futbolistas, así como los ciclistas, pesistas y boxeadores, son muchachos que se levantan de cero, que luego de leer sus historias, nos llenan de orgullo. Nos dicen que hay un futuro posible para esos chicos que llenan las canchas y tierreros de nuestros pueblos.
Sí, siempre habrá un chico que con un par de millones de pesos más en la cuenta pierde la cabeza, se convierte en el terror de las discotecas, y desconoce a la familia y amigos que lo ayudaron a salir adelante. De todo hay en todas las profesiones, y más en una donde los sueldos millonarios son la constante. Pero siguen siendo los mismos pelados de barrio, de pueblo, de infancia llena de sueños, de presente entre estrellas y muchísimos estrellones.
Soy de los que creo que el fútbol es un espectáculo, y que si se paga por ver, hay un derecho a decir lo que se piensa. No sirve quedarse callado. Pero hay un espacio entre mostrar el malestar por un resultado, y empezar a destrozar personas. Y destrozar solo por ver caer todo a pedazos. En nuestro medio ya se volvió común que si el convocado es de mi club, a ese le hago fuerza ciega; si el titular es de un equipo rival al mío, el DT es un rosquero; que si hay una sorpresa en la alineación, pues es un globo. ¡Paremos un segundo! Ni todos son globos, ni todos son roscas, y no todos tienen que vestir de verde, rojo o naranja para ser los indicados. Un ejemplo, Stefan Medina no jugó un solo minutos, y fue tendencia en Twitter… ¡los dos días!
Esta es una selección que se siente propia en la victoria, pero ajena en lo demás. De los 11 titulares ante Argentina, 4 de ellos nunca jugaron en el torneo de primera división en Colombia (James, Falcao, Sánchez, Álvarez Balanta), y que tres más se fueron antes de los 20 años (Arias, Murillo, Davinson). Por eso sentir empatía por varios es difícil, más cuando apenas se ven en televisión. Algo que no habla mal de la Selección, de pronto de la Liga, pero que hace complicado conectar al equipo con la gente, con el de a pie, con el hincha del club local, más allá de que hoy se ve tanto fútbol en la TV por cable como en la tribuna. Es un equipo que poco se vive como propio. Aunque cuando hay derrota, nos encanta ver el mundo arder…
En el tiempo de fútbol doméstico poco atractivo, proliferación de hinchas de Barcelona y Real Madrid, y jueces de redes sociales, sacar el sentimiento patriótico cada vez se hace más complejo. Nadie pide salir arropándose con la bandera después de un 0-3. Pero podemos hacer algo: recordemos que el que juega fue el vendedor de hielo, que algún día nos hizo escurrir una lágrima.
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