¡Cuac!

Bien pueden caer uno tras otro -por “codicia”, por corrupción, por incompetencia, por lo que sea- todos los miembros del gabinete, que, a su jefe, el que los nombró y los maltrata en público, no se le moverá ni uno solo de los pelos recién sembrados en su regia coronilla.

La razón, sencilla: Petro I el Grande tiene un ego que le basta y sobra. Por eso, asegura, la presidencia de la República y la Casa de Nariño le molestan. ¡Le quedan chiquitas! Pobre. A lo mejor, lo que su incomprendida brillantez merecería, sería un imperio en el que en lugar de pueblo hubiera súbditos y en lugar de colaboradores, cortesanos. Bien holgado. Aunque fuera una ciénaga; no de oro, de oropel. (“Ciénaga”: terreno bajo y pantanoso, a menudo con aguas estancadas y vegetación acuática densa, similar a un pantano). Mosquitos volanderos, brotes de paludismo, malos olores…, pero imperio, al fin y al cabo. Sin gente pensante, sin contrapesos. Sólo su buen par de rasputines -sabemos quiénes son-, su rebañito de áulicos y silencio en las barras.

Petro I… Con ese poema por nombre sí que podría estamparle el beso que nunca fue, a doña Letizia o palmotear al Papa o “descolocar” a mandatarios de otras democracias o medir fuerzas con Donald Trump o montar en tarima al perro y al gato o irrespetar a los poderes legislativo y judicial…, (ah no, esos ya no existirían); o podría zambullirse por días en agendas privadas o desgranar, por X, la mazorca de sus amaneceres deshilvanados o mandar a Siberia al “decrépito”, patético y desubicado Leyva o imponer reformas, consultas y constituyentes a voluntad o abolir los pasaportes y otorgarnos el mapa por cárcel… Todo, sin tener que dar explicaciones.

O, simplemente, podría dedicarse a observar la expansión del virus de la vida por el universo… Que cosa tan brava la personalidad de este señor.

Luego de la andanada que lanzó contra los médicos en la visita a Medellín repleta de pasos en falso, circuló en las redes un video de un doctor cuyo nombre se me escapa que, en vez de responder al exabrupto desde una mesa del parque de la 93 con aroma de café, se refirió al Trastorno de Oposición Desafiante que, a su juicio, afecta al autodenominado “último de los Aurelianos”. (La falta que hace Úrsula para meterlo en cintura).

A fin de dar sustancia al diagnóstico acudí a la IA y encontré que dicha patología puede identificarse después de seis meses -¡llevamos treinta y seis!- de que el paciente acuse una sintomatología manifestada en tres ejes: Enfado / Irritabilidad: alto grado de susceptibilidad, pérdida de la calma con facilidad, respuestas con agresividad verbal.

Discusiones / Desafíos: resistencia para lograr acuerdos, inclinación a discutir, poca consciencia de sus acciones: culpa a otros de los propios errores y mal comportamiento, necesidad de comprobar límites sin considerar a los demás. Vengativo y rencoroso: no requiere de explicación este tercer eje.

(Que se haga tratar para que dentro de un año pueda “salir corriendo a gritar de la alegría como niño cuando sale de la escuela”. Y el país, cual Ave Fénix, pueda resurgir de las cenizas).

ETCÉTERA: ¿Qué piensan ustedes? Yo es que me remito a la Prueba del Pato para darle la razón al médico: Si camina como pato, nada como pato, y grazna como pato, entonces es un pato. ¡Cuac!

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