No soyconsumidor. Soy co-agricultor

- Publicidad -

Durante años creí que comer era elegir. Frente a una góndola, una nevera, una carta de restaurante, mi rol – como el de millones – era “escoger bien”. Me decían que era libre, pero lo cierto es que ya todo estaba predeterminado: los ingredientes, los procesos, las narrativas. Solo me quedaba consumir. O abstenerme.

Consumidor. Así nos llaman. Un término que viene del latín consumere: gastar, agotar, destruir. Es una etiqueta que nos desempodera, que nos reduce a engranajes en una maquinaria extractivista. ¿Y si el problema no fuera solo lo que comemos, sino cómo nos nombramos en la cadena alimentaria? Nombrar es el primer acto de creación.

Mi travesía personal comenzó con una disonancia: sentía que algo no encajaba entre la comida que llegaba a mi plato y el paisaje del que venía. ¿Qué campo estoy regando cuando elijo esto? ¿Qué agricultor estoy silenciando cuando ignoro aquello? ¿Qué tipo de cultura alimento —o destruyo— con cada bocado?

- Publicidad -

Comencé a comprender que comer no es un acto individual ni un gesto neutro. Es una práctica relacional, ecológica y simbólica. Cada elección alimenta algo más que mi cuerpo: alimenta un sistema. Si cada mañana repito el mismo pan blanco, el mismo queso sin historia, el mismo café con sabor a prisa, estoy dibujando un paisaje de monocultivos: vacas confinadas, trigo refinado, bosques transformados en campos de café estériles. Estoy eligiendo, sí. Pero también estoy cocreando (aunque no sea consciente de ello).

No soy consumidor. Soy co-agricultorCuando por fin lo ves distinto, ya no puedes desverlo. Ya no se trata solo de contar calorías o seguir dietas. Se trata de reclamar soberanía sobre nuestro cuerpo, nuestra salud y la salud colectiva. Se trata de pasar del “me lo merezco” al “esto me conecta”. Del “qué rico” al “qué regenero”. En el camino he conocido otras y otros que también despertaron. Mujeres que comenzaron a sembrar sus alimentos. Hombres que aprendieron a cocinar después de una enfermedad. Niños que preguntan de dónde viene la zanahoria. Agricultores que resisten a la lógica del agroquímico. En este viaje también he encontrado obstáculos: la inercia del sistema, la confusión, el cansancio. Pero también hay aliados. Palabras nuevas. Imágenes inspiradoras. Prácticas pequeñas que siembran grandes cambios. Volver a casa, a la hoguera, a nuestro centro, es entender que el alimento no es solo una “cosa” que se compra. Son relaciones que se cultivan. En la tierra. En la cocina. En el lenguaje.El cambio no empieza con una dieta. Empieza con una palabra. Es dejar de llamarnos consumidores. Y empezar a actuar como co-creadores del paisaje que queremos habitar.

[email protected]

- Publicidad -

Más notas

- Publicidad -

Más noticias

- Publicidad -