A la vuelta de 20-30 años, Medellín pasó de ser un lugar innombrable para conciertos a ser el centro de la acción; la movida y los grandes montajes. No pasa un mes en el que no tengamos uno, dos o tres conciertos multitudinarios de artistas de todos los géneros; desde reguetón hasta norteña, desde salsa hasta vallenato o pop, desde música cristiana hasta música electrónica… y cuñémosle también trova y humor.
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Ya no se habla de si es posible que X o Z llene el Atanasio Girardot sino cuántos llenos hace y a qué grandes amigos invita. De un momento a otro, pasamos de boletas de $100.000 a palcos de $15 y $20 millones, que se venden como si fueran una oblea. En todas partes, las primeras boletas que se agotan son las de menor valor. Aquí las que sobran son precisamente esas. Un fenómeno para estudiar.
Se decía que el público de Medellín era difícil, y muchos de los empresarios rolos le tenían “pereza” a programar conciertos en Medellín, pero hoy la realidad es diferente. No acaba un concierto y ya se anuncia el siguiente más grande que el anterior o salen varios a la vez, al punto que han coincidido varios el mismo día.
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En la canasta familiar, el rubro de entretenimiento ha crecido de manera abrupta; de hecho, en las mediciones del DANE se reflejó que es uno de los sectores que más ha impulsado la economía en este año. Así que, por lo menos la crisis económica no ha llegado a la rumba. Los pobres padres de familia de la clase media viven de “tarjetazos” dándose gusto ellos o a sus hijos… y todos felices.
A ello se suma la opulencia de vida que conlleva el reguetón, con una ciudad en la que ya se ven Ferraris como si nada, cuando el salario mínimo no llega a 2 millones de pesos y la inversión en un concierto con todos los juguetes (desde vestuario, peluquería, boleta, consumo en el evento, hasta el Uber que en los conciertos hacen carreras a $100.000 y $200.000), y tranquilamente supera el millón de pesos.
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- Lo bueno: aprendimos a hacer eventos de cualquier tamaño, la logística por lo general no falla, en comparación con otras ciudades con menor cultura cívica, se promueve la economía a todo nivel y se genera el turismo de espectáculos.
- Lo malo: todo lo que conlleva: el lavado de dinero a través de espectáculos, el turismo sexual, la falta de escenarios idóneos, la aglomeración de eventos.
Medellín siempre ha sido una ciudad de extremos, de los más violentos a los más cordiales, de no hacer conciertos a ser un faro de la rumba en el mundo. Hoy un paisa promedio ha tenido la fortuna de ver a su artista favorito en vivo una o varias veces, sea por la Feria de las Flores o por el sinnúmero de conciertos grandes, medianos y pequeños programados.
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Allí, hace falta una agenda concertada entre los empresarios y centros de eventos para que no se pisen las mangueras; hace falta que los padres entiendan que esta es una tendencia que llegó para quedarse, y que al rubro “entretenimiento” ahora hay que asignarle presupuesto propio del tamaño de un mercado mensual o hasta más. Antes se bromeaba con destinarle las cesantías o la prima. Hoy es una realidad. La rumba es cara, vale y por lo que se ve en el panorama, la gente no está dispuesta a renunciar a ella.
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