Ocurrió en la palpitante, peatonal y llena de gente alegre Rua das Flores, en el centro histórico de Porto, en Portugal. Frente a una carta de vinos que desconocíamos de punta a punta, ni elegimos el más costoso ni el de menor precio; optamos por uno de mitad de tabla, para ver qué ocurría. Está bien abrirse a descubrimientos y no pasa nada si el resultado es flojo. Seis copas no arman un lío.
Además, el elegido, un tinto, tenía un valor especial: de etiqueta Vinho Verde era testimonio de que los verdes portugueses ¡no son verdes!, al contrario son blancos, rosados o tintos y su nombre alude es a un origen, al noroeste del país. Para Melissa y para mí era nuestro primer Verde de color tinto. Los blancos nos encantan.
Y ocurrió lo impensado: que un vendedor diga: “no lo compres”.
-¿Qué tiene de malo el vino?
-Ya le pido al dueño que venga a la mesa.
Al instante, el dueño de esta mercearia, lugar especializado en productos locales, documentado por el mesero, se presentó con un saludo emocionante:
-Me dicen que son de Colombia… ¡El país de García Márquez! Los conozco todos, claro, en portugués porque no consigo leer en español. ¡Y de Shakira! Sonreímos, qué mejor forma de conectarse, y luego entramos en materia. A comprar un vino que no nos querían vender.
-Es de amores y de odios. Es de la cepa Vinhão, que tiene mucha acidez, que hace creer que el vino está pasado. Yo les sugiero otra opción. Y entre más advertía, más agua se hacían nuestras bocas.
–Se toma frío, como un blanco, para bajar sus notas intensas. Tiene tanto color que pinta los dientes y los labios. Yo de ustedes…
Y nosotros dijimos sí. Nunca creí en eso de “el cliente siempre tiene la razón”. Pues no la queríamos, solo pretendíamos conocer un Verde tinto, en plena Rua das Flores.
En fin, la botella llegó. Origen Vinho Verde, cepa Vinhão, frío, a la vista negro-azul, en aromas, ciruelas y moras, de paladar seco, acidez sabrosa, serio, de los que animan otra y otra copa. Un buen vino es el que hace que uno termine la botella. Y tiene otro valor agregado: es fermentado con pisada de pies y en lagares de piedra centenarios.
Mientras nos lo sollábamos, a la mesa regresaron los responsables de la mercearia y, curiosos, acercaron sus copas. Como el vino es mejor bebido que explicado, pidieron tomar un poco de nuestra botella y ofrecieron otra como compensación.
Les gustó, claro. Los sorprendió porque del Vinhão solo tenían malas oídas. Estaba bueno y la atmósfera creada elevó la percepción positiva. El vino conecta a la gente.
Hablamos de copas, música y libros, de cómo extrañamos la familia. Y quedamos de abrir otro ejemplar algún día y de compartir este cuento del mejor vino más mal vendido que hemos tomado: el Vinhão.