Las “matronas” de El Carmen

Son más de 60. De lejos parecen un grupo de señoras normales; pero, cuando se está cerca de ellas tienen poderes mágicos. Algunas son curanderas y humoristas. Otras, aunque ellas mismas no lo sepan, son psicólogas, profesoras, porristas y hasta brujas. Se reúnen cada mes o a veces cada 15 días. Celebran la palabra y la memoria. También el tenerse entre ellas. Guardan los saberes de la hoguera, el maíz, el frijol, el chachafruto, la cidra, la arracacha y la tapetusa. Son las mujeres de las Escuelas Campesinas de Cocina de El Carmen de Viboral.

En el año 2020, en una de esas noches que parecían iguales, de uno de esos días que no parecían tener nada distinto, una idea se clavó en el corazón y en la mente de la cocinera Verónica Tatiana Gómez Montoya: “Salvaguardar las memorias gastronómicas de las mujeres campesinas del Oriente… o al menos las de El Carmen de Viboral”. Tenía miedo de que el Covid19, que amenazaba principalmente a las personas mayores, se llevara consigo la vida de aquellas portadoras de saberes.

Fue así como en su restaurante, La Casa de Vero, se prendió la primera chispa de esta hoguera que hoy encienden Lucila, Lucelly, Hilda, Gladys, Griselda, Carmen, Marleny, Belma, Consuelo, Dolly, Laura y docenas de mujeres más que consideran nuestra gastronomía, esa de montaña que a veces es subvalorada, como una parte esencial de nuestra identidad, de la identidad antioqueña.

Cocino con ellas, en algunas ocasiones, desde hace tres años. Digo que en algunas ocasiones porque la vida a veces no permite disfrutar de lo que la vida misma da. De estas mujeres, con las que puedo ser, lejos de cargos y de cualquier pretensión, he aprendido a conectarme con la tierra, a vivir de ella y para ella. También me han enseñado a pasar por el cuerpo esa hermosa palabra que es la abundancia, que en su etimología quiere decir “lo que abunda no daña” y que en sí misma es lo contrario a la palabra penuria.

Cuando estoy con ellas hay todo de sobra: comida, aunque para algunas casas exista la escasez; alegría, aunque a algunas nos sorprenda la tristeza; conocimientos, aunque algunas digan que solo saben leer y escribir, y amor… amor del que nunca daña.

Un lustro después de su nacimiento, Vero, como le decimos, no solo logró salvaguardar la tradición alimenticia de El Carmen de Viboral. En colectivo, porque ahora somos muchas, hemos logrado transmitir saberes, contar historias, ganar soberanía, hacer aportes a la seguridad alimentaria y salvar vidas. Vidas, como la mía, que ahora encuentran una forma de decir “somos”, que se enciende, se amasa, se cocina, se transforma y se saborea.

En Colombia y en Latinoamérica, se usa la expresión matrona para llamar a las cocineras ancestrales. También hay una relación de esta palabra con la salud y con el cuidado. Al final del día, con la ternura, es ese silbido sensible y fuerte que recorre con fuerza el aire de nuestras montañas.

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