Tras la aparente ingenuidad de la Imagen de Antioquia de Rafael Sáenz, una acuarela de 54 por 72 centímetros, pintada en 1969, puede revelarse gran parte de la historia del arte regional a lo largo del siglo XX.
Rafael Sáenz es uno de los principales representantes de la llamada “Escuela de acuarelistas antioqueños” que se desarrolla tras las enseñanzas de Pedro Nel Gómez y de Eladio Vélez; para estos artistas, la técnica veloz y exacta de la acuarela se convierte en el mejor medio de expresar la realidad, aunque a veces parece que la técnica llegara a ser más importante que la realidad manifestada.
La Imagen de Antioquia se inscribe en una larga tradición de paisajes, que se remonta a los primeros cuadros de Francisco Antonio Cano y se consagra con su pintura Horizontes, en la cual se exalta la gesta de la colonización del territorio. En esa tradición, la pintura de paisaje en Antioquia no se contenta con revelarnos un paraje pintoresco sino que es, ante todo, la manifestación de las relaciones entre el hombre y la naturaleza, un paisaje humanizado por el trabajo. Y es ese, precisamente el carácter básico de esta Imagen de Antioquia.
Pero frente a la figura heroica de la gigantesca mujer encinta recostada en la montaña e identificada con ella, es también posible remitirse a los mitos de la madre tierra, la diosa primigenia; Antioquia aparece aquí como una tierra transformada por la cultura rural –“cultura” viene de “cultivo”–, una madre protectora que garantiza la riqueza y la dulce placidez que ella misma parece expresar, al margen de toda angustia.
En otras palabras, éste ya no es un paisaje que hemos visto sino un símbolo de Antioquia, lo que nos ubica en un contexto diferente dentro de la tradición del paisaje. O, mejor, es una síntesis del carácter que desarrolló este género de pintura antioqueña a lo largo de las décadas que nos separan de Cano.
En efecto, a comienzos del siglo el paisaje revelaba el descubrimiento de la naturaleza a través del trabajo humano. Ahora predominan valores más ideológicos, donde la Imagen de Antioquia se ubica en el universo del mito que supera toda realidad concreta. Ya no es tanto el mundo construido por el esfuerzo, sino un ideal con el cual nos confrontamos o, en el peor de los casos, simplemente anhelamos.