De Ciclovías y otros Parques de Medellín

Todos los alcaldes y sus equipos de trabajo se preguntan qué podrían hacer para que los habitantes de una ciudad se enamoren de ella. Y la solución es más sencilla de lo que parece: a la gente hay que darle espacios de encuentro amigables, no compartidos con vehículos ni motos, y en los que se pueda caminar con plena tranquilidad.

En primer lugar, hay que tener parques pequeños en los barrios. Que no todo sean vías y construcciones, que haya algunos predios en los que nunca se van a construir, y que sirvan para que la gente salga de sus casas a caminar un rato, a pasear al perro o a sentarse solo o acompañado, a ver pasar la vida. Obvio.

En segundo lugar, hay que tener varios parques grandes en la ciudad. Muy extensos, que sean espacios verdes que jamás vayan a ser usados para construcciones, que tengan senderos amplios para caminar, trotar o montar en bicicleta. Y que, ojalá, estén bien arborizados y vigilados. Obvio.

A pesar de tanta obviedad, en Medellín nos volvimos conscientes y serios con el tema solo hace poco. Durante muchas décadas aplicamos un concepto muy primitivo del desarrollo, llenando de vías y edificios cuanto espacio libre había en este estrecho valle.

Afortunadamente, nunca Medellín cayó en la tentación de urbanizar los cerros Nutibara y Volador, espacios verdes extensos, arborizados y muy centrales.

En el resto de la ciudad nunca hubo parques grandes. Hasta que, hace ya 40 años, Medellín decidió montar su programa de ciclovías los domingos y festivos. Y en algunas vías, durante las noches de martes y jueves.

El éxito de la ciclovía de la Avenida El Poblado es de no creer. Aunque, siendo estrictos, cada vez es menos ciclovía y más “trotovía” o “perrovía”. Cada domingo, entre las 7 a.m. y  la 1 p.m., es visitada por miles y miles de caminantes y trotadores, muchísimos con perros. Y unos cuantos ciclistas recreativos.

Con el tiempo, este río de gente relajada, feliz y en ropa deportiva, ha convertido a la ciclovía en una importante arteria comercial y cultural. Entre la plaza de El Poblado y La Frontera se encuentran grupos musicales de alta calidad, venta de jugos, café y bebidas energéticas, gafas de sol, productos para mascotas, reparación de bicicletas, etc.

A esto se suman varios restaurantes colmados de clientes y los mercados campesinos de La  Presidenta. Y a esto hay que agregar las demás ciclovías del área metropolitana.

La gente sale feliz y regresa aún más feliz a casa. Por un rato olvidaron que viven en una ciudad congestionada, contaminada y frecuentemente hostil hacia sus propios habitantes. Los parques que nunca tuvo – ni tendrá – Medellín, los encontró en sus ciclovías dominicales.

Y como si lo anterior fuera poco, las ciclovías son una fuente importante de empleo, muy incluyente con la población en situación de discapacidad.

Otro acierto, aunque todavía con menos público del que merece, ha sido la construcción de Parques del Río. Los domingos, en particular, este espacio es destino clave para actividades ligeras como trote, patinaje, yoga, taichí, paseo de mascotas, entre otras.

Ojalá, a través de las próximas décadas, se construyan más tramos de Parques del Río. Ojalá se haga controlando mejor los costos, sembrando más árboles y previniendo, de manera mucho más efectiva, las frecuentes inundaciones en los soterrados.

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