Las cuerdas, de tanto tensarse, se rompen. Lo sabemos desde que Dionisio se hizo mito y nos enseñó que la intolerancia y la polarización matan. Penteo fue el fiel testimonio de ello. Integrar la dualidad apareció entonces como una opción para los griegos – también para otras culturas -, y con ella, como alternativa, la palabra polaridad: opuestos que se pueden complementar a través de un vínculo.
Por estos días, donde parecemos tener la sensación de que muchas de las cuerdas que hemos tejido durante años están a punto de romperse, me hago varias preguntas por los vínculos, por cuáles son los símbolos que nos unen. Hay tensiones que son claras. Algunas clásicas: la de lo joven y lo viejo, otras filosóficas: la del ser y el estar. También están las estéticas: lo bello y lo horroroso y las éticas: lo bueno y lo malo. Y, sin duda alguna, están las políticas: asistimos al suicidio de una democracia que se empeña en habitar extremos. También están aquellas que navegan entre lo político y lo social, por ejemplo, el género.
Nos llenamos la boca señalando a los Estados Unidos y aunque el fenómeno Trump tiene mucho que ver, la tensión entre géneros no resulta exclusiva de ese pedazo del mapa que señala el norte. La vemos en el sur, en nuestro país y en otras coordenadas del trópico. Incluso apunta a Asia, donde las mujeres cada vez se hacen más libres que los hombres.
Esa brecha que está impulsada por lo fluido y lo diverso parece ser una orientación. Según expertos como Juan Isaza, vicepresidente de estrategia en DDB Latina, es tendencia del marketing en 2025. Él lo llama “furia de testosterona” y con ello plantea una tensión creciente entre hombres y mujeres. “Los avances de ellas en los últimos años, ponen nerviosos a los hombres, que no están dispuestos a un relevo en su liderazgo milenario”. Ocurre mientras los valores cambian: hombres conservadores y mujeres independientes.
Quisiera pensar que es falso; sin embargo, muchos comportamientos señalan lo contrario. Conversaciones antiguas por la equidad de género se están agotando en las oficinas, las ayudas internacionales están desapareciendo e insistimos en los gritos y las palabras hirientes como alternativa. Arrasamos con la naturaleza, comportamiento masculino que no es exclusivo de los hombres. Esto solo por mencionar algunos casos. Le pregunté a Chat GPT y me dijo que sí, que había un cambio cultural, que estaba impulsado por los medios sociales (cuyos dueños son los mismos y al mismo tiempo otros) y por el desarrollo de conceptos más arraigados de masculinidad. ¿Más?
Vuelvo a preguntarme entonces, ¿cuáles son los vínculos que nos unen?, ¿qué símbolos deberían emerger para que la polaridad reemplace la polarización? Incluso como “feminista” que perdió frente a sus círculos sociales la carrera por el “fenimistrómetro”, me pregunto, ¿qué hemos hecho mal en esta lucha y qué debemos corregir para que integrar sea una opción en vez de reemplazar? Tendencias como estas deberían llamarnos la atención para declararnos en estado de consciencia y no en el constante estado de excepción desde el cual nos negamos a conectar las orillas. Volviendo a Dioniso, no olvidemos que Penteo, el cuerdo, siempre necesitó de la desmesura.