Muchas personas creen de buena fe que yo soy promotor de lectura, certificado y todo. Me da mucha pena desilusionarlas: apenas soy un lector que escribe y un escritor que lee. De promotor no tengo ni vocación ni conciencia ni nada. No promuevo lecturas: trato de antojar a la gente. Porque leer por placer no es urgente ni necesario. Es un goce pagano, solitario, íntimo, casi siempre silencioso: una delicia egoísta. Que valga la aclaración.
* Día tras día. ¿Y la efeméride literaria de esta semana? El 22 de mayo de 1859 nacía en Edinburgh, Escocia, el novelista Arthur Conan Doyle, Sir Arthur Ignatius Conan Doyle, reverenciado por ser el padre de dos insustituibles criaturas en la literatura de crímenes: el detective Sherlock Holmes y su partenaire John H. Watson, el doctor Watson.
Conan Doyle fue médico y oftalmólogo, espiritista y francmasón, jugador de rugby y golf, boxeador y grafómano. Parece que no tuvo muchos pacientes. En 1887, a los 28 años de edad, publicó Estudio en escarlata, primera novela con Sherlock Holmes, inspirado en su antiguo profesor Joseph Bell. El éxito fue rotundo. Tres años después apareció El signo de los cuatro y a partir de ahí la fama de Holmes creció y creció hasta opacar a la de su mismo demiurgo.
Quizás aburrido de la inteligencia de sus personajes, Conan Doyle mató a Sherlock Holmes y al profesor James Moriarty, su archienemigo, en el cuento El problema final, de 1893. Los lectores se enfurecieron: insultos, amenazas, súplicas. Aconsejado por su madrecita, tan mentada en las bravatas de los fans, Conan Doyle resucitó diez años más tarde a Sherlock Holmes en La casa vacía. Sin ponerse colorado ni un segundo, aseveró que el único muerto había sido el profesor Moriarty. Y los ilusos le creyeron, cómo no.
* * Body copy. “En una ocasión, una mujer que había sido piloto de aviación me negó la entrevista. Por teléfono me explicó: ‘No puedo… No quiero recordar. Pasé tres años en la guerra… Y durante esos tres años no me sentí mujer. Mi organismo quedó muerto. No tuve menstruaciones, casi no sentía los deseos de una mujer. Yo era bonita… Cuando mi marido me propuso matrimonio… Fue en Berlín, al lado del Reichstag… Me dijo: ‘La guerra se ha acabado. Estamos vivos. Hemos tenido suerte. Cásate conmigo’. Sentí ganas de llorar. De gritar. ¡De darle una bofetada! ¿Matrimonio? ¿En ese momento? ¿En medio de todo aquello me habla de matrimonio? Entre el hollín negro y los ladrillos quemados… Mírame… ¡Mira cómo estoy! Primero, haz que me sienta como mujer: regálame flores, cortéjame, dime palabras bonitas. ¡Lo necesito! ¡Lo estoy esperando tanto! Por poco le pego. Quise pegarle… Tenía quemaduras en una de las mejillas, estaba morada, vi que lo entendió todo, que las lágrimas chorreaban por esas mejillas. Por las cicatrices recientes… Y sin darme cuenta de que lo estaba haciendo, yo ya le decía: ‘Sí, me casaré contigo’.
‘Perdóname… No puedo…’.
La comprendí. Aunque para mí esto también es una página, o una media página, del futuro libro”.
Svetlana Alexiévich. La guerra no tiene rostro de mujer, 1986 / 2013.
* * * Vademécum. ¿Partenaire? “Persona que interviene como compañero o pareja de otra en una actividad”. ¿Grafómano? “Que tiene manía irresistible de escribir”. ¿Demiurgo? “En la filosofía platónica, divinidad que crea y armoniza el universo”.
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