Otra forma de pensar 

Alguno de esos días en los que estoy presa de mis inseguridades, el hombre con el que vivo me dijo: “Busca una voz que quieras imitar y usa esa voz, un idioma es un performance”. Hablábamos del inglés, del temor que sentía de hablarlo en público, de esa extraña sensación de escucharse rara y de no ser aceptada. 

No tengo temor en decirlo: tengo 38 años y mi inglés está muy lejos de ser perfecto. No es una confesión menor, sobre todo cuando estás rodeada laboralmente de personas que desde muy jóvenes viajaron a muchos otros lugares del mundo y conversan fluidamente hasta en tres o cuatro idiomas. No es sencillo confesarlo cuando te dicen que una buena parte del planeta habla inglés, una de esas creencias que se ha popularizado con los años. 

Luego de aceptar el consejo del hombre con el que vivo y de encontrar no una sino muchas voces para imitar, me embarqué en el viaje de mi conversión. Como lo sostiene el escritor japonés Haruki Murakami: “Aprender otro idioma es como convertirse en otra persona”. Con las bases que tenía, comencé a leer, a hablar en público, aunque muchas formas y palabras fueran corregidas; a chatear con mis amigos en inglés, a escuchar música y ver películas. Hago elíptica mientras veo un documental de BBC o de la Dolce Welle, por ejemplo. 

A esa lista de pequeñas y cotidianas cosas sumé una importante: guardé mi lengua madre en un cajón. No es sencillo hacerlo, en especial si de una u otra manera vives de hacer uso del idioma español. Cuando digo guardé fue para darme la posibilidad de otra forma de pensar, porque eso es un idioma, un camino de conocimiento del mundo, otro pensamiento. Desde entonces he comenzado a soltar y ahora hablo con mayor fluidez, me arriesgo e incluso ayudo a otras personas. 

De todo esto he ganado cosas asombrosas. Entender el inglés como un idioma que me resulta bastante matemático, que tiene un ritmo que no está marcado por las tildes pero que es sonoro con sus formas estresadas es poético. Me he aproximado a la cultura inglesa desde el teatro y la pintura.  A las cocinas del mundo intercambiando con otros que intentamos transitar el mismo camino del aprendizaje, al mundo entero y sus nacionalidades. Lo último que hice fue irme unas cuantas semanas para Londres a vivir eso que nos dijeron que pasaba a los 20 años y que a mí por cosas de la vida no me pasó: estudiar inglés y convivir con otra cultura: ¡Fue maravilloso! Rompí con esos mitos de “todo el mundo habla inglés”, compartí con japoneses, coreanos, brasileños, italianos, franceses y hasta suecos, suizos y alemanes (en los que recaen los mitos). Quemé una arepa en la cocina y tuve que enfrentar la situación: llamada de bomberos, me perdí, me sorprendí, amé y extrañé, todas acciones que quiero seguir conservando y enriqueciendo en mi vida. 

Nunca es tarde. El inglés (u otro idioma) no es una forma de dominación como dicen algunos amigos… en cambio, siempre es temprano para rendirse ante esa valiosa oportunidad de ser otra, de ser una persona distinta una palabra a la vez.

- Publicidad -

Más contenido similar

- Publicidad -

Más noticias

- Publicidad -