Parece la peor de las pesadillas. De repente nos encontramos un niño que, con toda tranquilidad y lleno de alegría, traza garabatos, hace rayas, extiende colores o repite formas de flores o de corazones. Pero si normalmente los padres se horrorizan cuando sus hijos pequeños deciden hacer sus obras en las paredes quizá recién pintadas, el horror ahora supera cualquier límite porque el pequeño creador ha resuelto trazar sus garabatos sobre un cuadro magnífico y seguramente muy valioso que, por lo que alcanzamos a ver, quizá ni siquiera se encuentra en el espacio de la propia casa sino en las paredes de una galería.
Pero, por supuesto, aquí no hay horror ni pesadilla sino que, más bien, nos invade una placentera sensación de alegre disfrute y de simpatía hacia estos pequeños genios del arte, casi en un ambiente de fiesta.
Es evidente que, en los trabajos dedicados a los niños que intervienen obras trascendentales de la historia del arte y que él recoge bajo el nombre de Grandes Maestros, Javier Caraballo (Barranquilla, 1985) ha elegido un terreno poético cargado de sentido, así como de referencias a muchos problemas de las estéticas contemporáneas, que con frecuencia conducen a formulaciones muy difíciles de comprender. Pero, sin perder profundidad, el artista sabe plantearlos con sencillez y claridad comunicativa. Y, por supuesto, también con humor.
Ante todo, aquí no hay horror y pesadilla porque Javier Caraballo nos ubica de entrada en el terreno del arte. A pesar de la exactitud de la presentación, sabemos siempre que estamos ante un cuadro, limitado por su marco dentro del espacio de la exposición. A pesar de que es fácil imaginar un montaje que nos llevara a creer que el hecho está efectivamente ocurriendo ante nuestros ojos, Javier Caraballo no pretende engañarnos porque su interés no se ubica en el campo de la ilusión sino en el del juego del arte. No se trata de producir una copia de la realidad sino, como afirmaba Picasso, de crear una mentira que nos permite comprender la verdad porque nos revela un mundo simbólico.
La obra de Javier Caraballo establece una especie de juego al cual nos invita a participar. Por una parte, plantea una fuerte relación con obras maestras de la historia del arte. Con una notable maestría técnica, trabajando el óleo sobre lienzo, reproduce pinturas de un amplio período que va desde finales del Gótico hasta el tiempo presente. No se trata de copias exactas, entre otras cosas porque no se mantienen los tamaños de los originales, sino que se ajustan a las dimensiones proporcionales del espacio que ocupan en la nueva pintura y a las de los niños que las van a intervenir. Sin embargo, hay un respeto tan claro al estilo de cada obra reproducida que de inmediato entramos en el juego y nos comportamos como si, en realidad, estuviéramos ante los cuadros originales. En otras palabras, sabemos que vamos a hablar de arte, del reconocimiento respetuoso de las grandes obras del pasado y de los valores implícitos en una historia del arte con la que el artista tiene una gran familiaridad. Pero no se pretende que nos quedemos atrapados en la obra clásica, sino que nos desplacemos hacia lo que ocurre con ella.
Javier Caraballo ha explicado que la idea de estos niños, Grandes Maestros, procede de su experiencia con talleres de arte en zonas marginadas de Barranquilla. Lo que descubre allí es, por una parte, la creatividad de los pequeños y, por otra, el sentido social y cultural que está implícito en sus trabajos. Los niños que aparecen en los cuadros, sus gestos y actitudes, lo mismo que el tipo de rayones, grafitis y garabatos proceden de registros fotográficos hechos por el artista como parte de los talleres.
Es muy significativo que en las obras de Caraballo los niños aparezcan interviniendo las obras clásicas: es el encuentro de vertientes creativas diferentes que se complementan y descubren mutuamente. Y el círculo del juego y del símbolo se cierra con la fiesta interior que vivimos nosotros al llegar a la galería y percibir las voces alegres de estos niños que nos hacen ver el arte de una manera nueva. Comprendemos entonces que, en efecto, como dice Javier Caraballo, el arte es cosa de niños.
La obra de estos Grandes Maestros, como aquella en la que dos niños rayan divertidos una pintura de Mark Rothko, como si quisieran hacer reír a quienes nos acercamos silenciosos a la creación casi mística del pintor norteamericano, establece una perfecta conexión con la propuesta deL filósofo alemán Hans-Georg Gadamer, quien señalaba que la obra de arte es, al mismo tiempo, juego, símbolo y fiesta.